Javier Aguirre y Efraín Juárez representan mejor que nadie el fracaso deportivo del Real Zaragoza en los primeros cinco meses de la competición, un rumbo errante que Manolo Jiménez está intentando corregir a toda prisa con una profesionalidad, una implicación y una honorabilidad de la que, en ningún momento, hizo gala su predecesor esta temporada. En lugar de trabajar, en lugar de preparar física y tácticamente a su equipo, que nada de ello hizo, Aguirre dedicó sus esfuerzos a proteger a sus compatriotas contra viento y marea, especialmente a Juárez. Y en el empeño de ayudarle, lo único que consiguió fue perjudicarle seriamente.

Ayer, el mexicano, uno de los peores jugadores que se recuerdan en la ciudad, se desvinculó del club y regresó a Escocia. Aguirre prefirió el compadreo al criterio futbolístico. Jiménez no ha dudado. Entre él y Obradovic no hay color. Con el sevillano esos chanchullos se han acabado.