Uno puede ponerse una venda en los ojos hasta que quiera, pero el Real Zaragoza es ahora mismo un muerto viviente. Un equipo en caída imparable, capaz de batir todos sus registros negativos, plano, sin respuestas e incapaz de ganarle a nadie. 4 puntos de 33. Tremendo. En el fútbol, cuando un equipo alcanza ese estado solo hay tres soluciones conocidas. Una, tratar de reactivarlo con jugadores nuevos y mejores que eleven el nivel. Aquí esto se ha hecho repetidas veces a toda prisa y en medio de la temporada. Suazo, Contini, Colunga, Apoño, Aranda... Hay muchos casos de futbolistas que han llegado en enero y han cambiado la fisonomía de la plantilla. Lo que ha ocurrido este año todo el mundo lo tiene fresco. Casi nada vale para nada.

Dos. Ganar un partido, aunque nadie se explique cómo puede hacerse eso en estos momentos, y que la dinámica se reconduzca porque sí. Esto ocurre en ocasiones. Un triunfo activa una chispa y todo cambia. Mientras, en malas dinámicas, los jugadores siempre parecen peores de lo que son. Como al revés: en buenas rachas dan incluso más de lo que tienen. Ahora mismo, en este equipo todo el mundo parece lo mismo: despojos.

Y tres. Cambiar de técnico. Los clubs gastan la última carta cuando la situación es extrema y han perdido la esperanza en que cualquiera de las otras soluciones funcione. Este Zaragoza se muere, se ve con nitidez, pero nadie hace nada. Pero nada de nada. Y Agapito, con el que los problemas siempre vuelven, escondido en su ratonera y viviendo la mar de tranquilo...