Desde hace casi una década la zona residencial Hidro Nitro en Monzón es un solar. Solo sobreviven dos vetustas pistas de tenis, de cemento, con la red rota pero todavía tensa y el muro grafiteado. En un lateral sigue en pie Martina, la pared en la que Conchita Martínez pasó horas y horas con una raqueta poniendo la pelota en los círculos que había dibujados en el frontón mientras su hermano Fernando peloteaba justo al lado y le pedía que se apartara. Desde el tercer piso donde vivían, Cecilio Martínez tenía que asomarse todos los días al balcón: «¡Conchi, sube ya a cenar, que es tardísimo!». Y la niña, de nueve años, subía a casa y se ponía a pelotear con la raqueta en la galería, para disgusto de su madre. Que me lo ensucias todo, le decía.

Con 85 años Cecilio Martínez recorre la historia de su hija sin olvidarse de ningún detalle. Aquí Conchita es Conchi, hija de Cecilio y Conchita, la hermana menor de Roberto y Fernando. Conchi nació en Monzón pero trasladaron a Cecilio a Madrid y allí estuvo desde los cuatro a los ocho años. Siempre tuvo un talento especial para el deporte. «Le gustaba todo lo que era a lo chico, todo. En Madrid vivíamos en el undécimo, sonaba el timbre, que soy Raúl, qué quieres, a ver si baja Conchi a jugar al fútbol, que nos falta una... Era siempre así», recuerda su padre. En Monzón le tentaron también con el atletismo porque tenía un buen esprint, pero Conchi ya llevaba el tenis en las venas.

Era una niña muy movida. «Como todos los niños. Iba al colegio y gastaban bromas a la monja, lo sé por alguna amiga, le echaban tinta en el libro. Cosas de niñas», explica Cecilio. A los nueve años cogió la raqueta, tarde para lo que suele ser habitual, pero su progresión fue meteórica. «A los diez ya me hicieron ir a Zaragoza una semana seguida, de lunes a domingo, me ponían los partidos a las cuatro en Helios. Yo salía a las dos de trabajar, con el bocadillo, Conchi, venga a Zaragoza. Media hora, ganaba el partido y a Monzón. Al día siguiente, otra vez. Siete días seguidos, levantas la Copa y te la llevas a casa. Con diez años», dice Cecilio. Y enseguida la fichó el Tenis Urgell, de Lérida, y Cecilio tenía que llevarla a entrenar varios días a la semana.

Su talento y progresión eran evidentes en Monzón y en los círculos tenísticos, pero el futuro es impredecible. «No te dicen si va a llegar. Lo que está claro es que nunca hay que coartar la ilusión de un hijo. A Conchi le veía cosas, pero que iba a llegar es muy difícil de ver. Estuvo tres años o así en el Tenis Urgell. Cuando se marchó a la Federación hablando una noche que le hicieron una despedida les dije, Conchita Martínez os ha ganado 9 campeonatos de España, con doce o trece años: absoluta, de Segunda, infantil, cadete, dobles... 9 en un año prácticamente. Lo ganó todo», rememora el padre.

«Pero luego no sabes lo que va a pasar. Lo que sí sabes es que te quedas sin hija en casa, que los viernes vas a buscarla a Lérida, que había unos socavones en la carretera... Su madre le lavaba la ropa por la noche y el domingo por la mañana teníamos partido por equipos en Barcelona. Yo llegaba a Lérida por la mañana, cogía la furgoneta del club y chavales, venga, para arriba», prosigue Cecilio Martínez.

EL BESO DE LA VICTORIA

Primero Lérida, con doce años a Barcelona y, a los 16, a Zúrich. «Eso ya fue más duro. Entonces convence a tu mujer de que puede ser lo mejor para tu hija y ten mano izquierda para llevar todo. Cómo le quitas a una hija a una madre. Fíjate si te la quitan que estábamos en el hotel, jugaban el torneo de Zúrich, y llegan a las siete de la mañana Dragan Tancic que era el preparador físico y el entrenador Eric van Harpe, se van para Zúrich y hasta luego, y nosotros para Monzón. Es lo que tienen que hacer. Si les dejan que se despidan empezarán a llorar… así que prácticamente sin despedida. No es fácil», rememora.

Cecilio y Conchita siguieron a su hija por medio mundo. Australia, Nueva York («habremos estado diez veces») y, por supuesto, París y Londres. «En Roland Garros estuvimos 17 de las 18 veces que jugó porque un año tenía un bulto en la espalda y resultó que era cáncer. Me tuvieron que operar dos veces, me dieron la quimio en Barcelona y aquí estoy», relata Cecilio. También estaban allí, en la pista central del All England Club, el 2 de julio de 1994.

En cuanto Navratilova tiró fuera el último punto, Conchi lanzó la raqueta al aire y las cámaras enfocaron a una pareja besándose. Eran Cecilio y Conchita. «Nos morreamos allí, pero le dije a mi mujer sin lengua, eh (ríe). Los taxistas después me lo decían, usted es el del beso. Aquello fue impresionante. Llegamos a la gala y miles de flashes, bajamos del coche y todo flashes. Mi mujer pegaba unos saltos... ¡que aquí nos ametrallan! Todos disparando. Son vivencias. Esto mitiga todo lo malo que hayas podido pasar», recuerda Cecilio orgulloso. Como Monzón. Como todo Aragón.