El Periódico de Aragón

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LA MONTAÑA EN ARAGÓN

Camino de paz y libertad

La aragonesa Amelia Bella puso voz a las montañeras anónimas como ponente dentro del I Congreso Internacional de Mujer y Montaña organizado por la federación española

Amelila Bella, segunda por la izquierda, posa junta al resto de ponentes dentro de las jornadas celebradas en Tenerife. FEDME

Esas diapositivas abrieron un sueño que en Amelia Bella converge en caminos de feminismo y paz. Esas imágenes de montañas de luz le deslumbraron tanto que ese día, con veinte años, decidió que quería descubrirlas, alcanzar su grandeza. Desde entonces hasta ahora ha transitado el mundo entero llevando un mensaje de concordia y bonhomía y escalando paredes de prejuicios hasta llegar a la cima más alta, la libertad de la igualdad. Esa que holló en Tenerife, no sólo por ver amanecer desde el Teide, sino porque esta turolense, cuidadora del alma, fue ponente del I Congreso de Montaña y Mujer organizado por FEDME, «un hito histórico».

Este cónclave internacional visibilizó durante el fin de semana del 27 y 28 de mayo un cambio de era, donde la mujer sale de las sombras donde fue recluida. Para visibilizar, reforzar y promover su papel en la montaña se organizaron distintas charlas, ponencias y muestras en un enfoque amplísimo. Estudios científicos, deportivos, gerontológicos, análisis estadísticos, expresiones artísticas y experiencias profesionales computaron un encuentro variado que contó con la presencia de nombres propios como la escaladora Silvia Vidal o el psicólogo aragonés Pedro Allueva.

Y Amelia. «¡Fue una sorpresa cuando me invitaron! No sabía si tenía cabida porque iba a ir gente con otra dimensión», reconoce esta enfermera. Sí la tenía, ella dio voz a una generación de montañeras veteranas que «estábamos mal vistas» en sus tiempos. Su reconocimiento se solidificó en un premio a una trayectoria que supera las cumbres enormes para alcanzar los ideales más puros.

El lema del congreso no fue casual: ‘También en la montaña el lugar de las mujeres está arriba’. «Este mensaje fue el que dejaron Irene Miller y Vera Komarkova en la cima del Annapurna en 1978», recalca Amelia, aventurera del 1949. Ella ha estado en esos parajes. En el Himalaya, en Patagonia, en Andes, en Alpes, en el Kilimanjaro o el Atlas. «Cuando hemos ido a hacer trekkings al Makalu, al Annapurna o al Everest siempre hemos contratado porteadoras, porque ellas sufrían una discriminación enorme, mucho mayor que la de los hombres», indica.

Bienestar y gratitud

A ellas, y a todas las mujeres que han subido montañas, anónimas, representó en su charla ‘A veces lo más importante es lo que no se ve’. Esa invisibilidad de género se refiere además a una vertiente interior que trasciende el sexo y une en espíritu a todos los amantes de la naturaleza: las emociones, pensamientos, la belleza, conceptos que para ella son en las cimas «donde converge lo femenino de la naturaleza, en un sentimiento profundo de bienestar y gratitud, de admiración de lo bello, de estar cerca de las estrellas».

Y a ese sentimiento de superación, de templar los miedos, acomodarse a los recursos, de autocontrol, de saber renunciar... Y de libertad. Porque esa facultad humana no siempre es completa para las mujeres. «Porque en la montaña hemos encontrado esa libertad, el lugar donde nosotras podemos tomar nuestras decisiones, donde más libres nos hemos sentido en una sociedad opresora. La montaña es el lugar mágico para disfrutar de esa sensación».

Amelia ha notado las miradas incómodas, la compañía paternal o el desconocimiento machista, como esa vez que, en un refugio tras bajar el Mont Blanc, le recordaron que «no era un hotel, sino un alojamiento para hacer actividad, porque no podían pensar que una mujer estuviera allí para hacer ascensiones».

Amelia Bella, con su premio. FEDME

Pero, contrariamente, también ha sido en los senderos donde ha notado esa paz, cuyo mensaje sube a cada cima. «Me sorprendió que Silvia Vidal reconociera que ella también deja un mensaje de paz en las cumbres». Ella deposita el emblema de la Liga Internacional por la paz y la libertad, asociación creada por mujeres durante la I Guerra Mundial de la que es activista «porque el feminismo siempre ha sido pacifista», o banderas de oraciones tibetanas con el nombre de todos sus seres queridos que siempre van con ella, aquellos que «en esas horas de respiración y caminar, como en una meditación, voy repitiendo sus nombres y me ayudan a subir».

Cambios sólidos

Amelia se congratula de que algo está cambiando, señalando el propio congreso, la creación del Área de Mujer y Montaña o la Comisión de Igualdad de FEDME, la entrada de mujeres en la directiva, presente durante todo el congreso, encabezada por el presidente y adebanista, el aragonés Alberto Ayora, como una constatación. «Ahora ya no se ve mal que una mujer de mi edad haga montaña o que vayamos solas. O la creación de clubes de mujeres. Cada día hay más», reflexiona.

Este aumento quedó reflejado en un estudio presentado por Montañeras Adebán, organización femenina de Aragón, de la que Amelia Bella es socia. Los datos recogidos reflejan cómo en Aragón se ha pasado de 2.112 a 4.696 federadas en doce años, y se empieza a equiparar el número de licencias con respecto a los hombres (del 29% al 34%).

Los techos de cristal se mantienen en el número de dirigentes en clubs y territoriales o en la cifra de guías, por ejemplo, o en un aspecto tan prioritario como es la conciliación igualitaria. «Recuerdo que cuando Alison Hargreaves falleció en el K2 en 1995 se le criticó por haber dejado dos hijos huérfanos. Nunca se ha hecho esta valoración de un hombre», apunta Amelia, que reconoce que hasta ella ha sufrido, «pese a tener un gran compañero de vida», la «contradicción de irme a la montaña y dejar a mis hijos, porque nos pesa la educación recibida. Tenemos que seguir cambiando, caminando hasta que haya una admisión social completa».

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