LA MONTAÑA EN ARAGÓN

Las huellas de la Bolsa

La ruta circular por el Puerto Viejo estremece por el recuerdo del exilio republicano y deja momentos de extrema belleza por la contemplación del grandioso Circo de Barrosa

Una vaca observa con el circo de Barrosa al fondo.

Una vaca observa con el circo de Barrosa al fondo. / S. R. A.

Sergio Ruiz Antorán

Sergio Ruiz Antorán

En la noche del 15 al 16 de junio de 1938 el último resistente de la División 43 republicana cruzaba el Puerto Viejo y cerraba la Bolsa de Bielsa. Mientras los bombardeos alemanes e italianos incendiaban Bielsa y Parzán como escarnio a su resistencia, centenares de civiles cruzaban con escasas pertenencias la frontera hacia un exilio incierto.

En las pocas imágenes que quedan de este hecho histórico, soldados exhaustos con su fusil a cuestas y familias cargando a abuelos y niños, transportando maletas como mínima posesión, con zapatos y ropa de calle, ascendían caminos bordeados con nieve hasta la cintura. 

Transitar hoy por un seco y amarillento Valle de Pinarra rumbo al mismo paso con Francia resulta una excursión sencilla y preciosa por un rincón que bulle emociones por esta gesta. Para hacerla más montañera, desanudaremos garganta y estómago con el sudor de la subida al Pico del Puerto Viejo (2.721 metros) y al Punta Roya (2.762), sublimes miradores de tresmiles, y caeremos de regreso por la profundidad silenciosa del ferroso Valle de Barrosa.

Los lagos esmeralda del Port de Barroude.

Los lagos esmeralda del Port de Barroude. / S. R. A.

Aviso para caminantes. O se dispone de dos vehículos o habrá que enlazar un trozo final por carretera, a pata o a dedo. Sea así o no, recomendamos aparcar en el centro de vigilancia del túnel de Bielsa-Aragnouet, en la zona que no está reservada para sus trabajadores. Junto a una fuente, atentos, primer y último punto de recogida de agua, salvo barranqueras, de la ruta, y con varios paneles de información que ilustran la heroica retirada de las tropas comandadas por Antonio Beltrán, L’Esquinazau, cuya vida es de película, se inicia un trayecto que remonta enlazando varias zetas por los restos de piedra que se sacaron del túnel.

En poca distancia nos situamos sobre el delicado y lineal salto de Pinarra. Otro empujón de piernas supera otro resalte que finaliza en una borda de pastores y permite la visión del collado fronterizo. Por prados, ladeados a la derecha, bajo otra puerta a Francia, el Puerto de Forqueta, hacia el que trepa un sendero, se acumulan 700 metros de ascenso (2.384) que se afilan en las últimas vueltas que cierran la emocional parada donde tantos hombres y mujeres lloraron a sus valles. Una placa conmemora su recuerdo eterno.

El descanso parte rumbo al sur tomando el claro camino que, bajo la arista, va tomando altura ante la vigilancia de las torres francesas de Gerbats, Blanc, Heide y Troumouse. El flanqueo de una canal inicia el esfuerzo final, con algún escalón, más roca y sin peligro, hasta la liberación del Pico Puerto Viejo. Acongoja la visión de As Serols amaneciendo entre Rubinyera y A Munia, el horizonte mellado de As Tucas y, sin personalizar, la inmensidad de la cordillera pirenaica sin conocer de límites nacionales.

Infinito sobrecogedor

Contradecimos la bajada natural hacia el Port de Barroude y sus lagos esmeraldas y nos lanzamos a la facilona conquista del Barrosa y Punta Roya. En quince minutos se toma este promontorio donde en el infinito une la mirada en Llardana y Maladetas.

Retroceder, ahora sí, hasta el collado y seguir por un continuo descenso por este valle de Barrosa. El circo va quedando a nuestra espalda con su enorme franja blanca fruto de las luchas geológicas. Su verticalidad estremece más al pensar que por esa pared cruza la colgada Senda de Las Pardas, cobijo escondido para muchos contrabandistas en tiempos de hambre.

El pico Royo es uno de los puntos de paso.

El pico Royo es uno de los puntos de paso. / S. R. A.

El descenso es rápido y sencillo, primero por terreno más pedregoso, cruzando algún barranco por antiguos muretes de sillar humano. El rumbo lo indica un pequeño ibonet que a estas fechas está conquistado por el ganado trashumante. 

Alcanzado un espacio más cómodo, de hierba, donde es fácil atrochar, se llega a la Cabaña de Barrosa junto al torrente que destrepa de los últimos neveros del Rubinyera. Tras cruzar el cauce, se aligera la zancada junto al caudal rugiendo en badinas y pequeños saltos. 

El sendero engorda en pista, siempre a la izquierda, entre un bosque acogedor tras las horas de solana. Un canal que nutre la central eléctrica y los restos de las construcciones que transportaban las mineras desde los yacimientos de Liena en Chisagües hacia Francia indican la que fue industria de este valle desde tiempos medievales y que ahora unos afamados espeleólogos del Sobrarbe quieren recuperar en patrimonio para todos.

Aquí se llega al pequeño aparcamiento junto a la carretera donde, si se llevan dos coches, terminará el día, y si no se deberá desgastar la suela de la bota con el alquitrán durante los tres kilómetros que restan hasta la entrada del túnel de Bielsa. 

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