Selección Española

Fiesta deslucida, pero fiesta

La derrota de España afeó un ambiente de día grande en La Romareda. El debut de un idolatrado Borja Iglesias fue la nota positiva de un estadio que añora el fútbol de élite

La Romareda, teñida de rojo y amarillo, en los instantes previos al comienzo del encuentro

La Romareda, teñida de rojo y amarillo, en los instantes previos al comienzo del encuentro / Jaime Galindo

Arturo Pola

España perdió, sí, pero la afición no se arrepintió de acudir a disfrutar del regreso de la selección. Porque, sin dejar de ser vital el resultado para los intereses del combinado nacional, no lo era tanto para Zaragoza, que gozó y sufrió a partes iguales desde que se escuchó con gran emoción el himno español.

Hasta a Manolo el del Bombo había echado de menos la capital aragonesa, y los primeros cánticos fueron dedicados para él. La Romareda tenía ganas de fiesta y, a los diez minutos, cuando poca cosa había pasado por el césped, el estadio comenzó a hacer la ola. España dominaba y Zaragoza la animaba, pero llegó el jarro de agua fría del gol suizo, para alegría de sus seguidores, que se hicieron notar por primera vez. Al grito de «A por ellos» silenció la afición española a los helvéticos.

Pero la reacción de los de Luis Enrique y la siempre exigente afición de La Romareda comenzó a impacientarse, desesperada por la falta de profundidad de los suyos. Los minutos pasaban y Suiza se sentía incluso cómoda. Se escucharon algunos tímidos pitos y un nombre comenzó a resonar desde la grada. «Boooorja, Booooorja,» cantaba La Romareda cuando se llegaba al descanso. Si era poco ya, la lluvia apareció para tratar de deslucir más el evento.

Pero Zaragoza no había esperado casi 20 años para rendirse tan rápido. Tras el paso por vestuarios España salió con otra cara y el estadio lo agradeció. Mientras tanto, Borja Iglesias saltaba a calentar ante el clamor de una afición a la que el gallego quiso corresponder agradeciéndole su cariño. El gol de Jordi Alba puso en pie e hizo rugir a La Romareda, pero sin tiempo ni siquiera para poder saborearlo, el segundo tanto suizo volvió a congelar un ambiente cada vez más frío en lo climatológico. 

Ahora sí que sí tenía que ser el momento de el Panda. Y Luis Enrique claudicó. Borja Iglesias salió y La Romareda retumbó. El asturiano introdujo un triple cambio con el que darle la vuelta al partido pero Zaragoza solo tenía ojos para su exfutbolista, jaleado cada vez que tocaba el balón. Con media hora por delante y con él sobre su antigua casa, la remontada parecía posible.

Pero los minutos pasaban, y, por más que apretaba la grada, la selección confirmaba en cada acción que no tenía su día. Desesperada ante las constantes pérdidas de tiempo de los suizos y la poca claridad de los suyos, La Romareda, ya con más fe que otra cosa, gastaba su último aliento al ritmo de un sonoro «sí se puede»

De las botas del protagonista de la noche nació la última ocasión del partido. Borja Iglesias tiró un buen desmarque pero Carlos Soler no puto batir a Sommer. Ahí murió un partido que, a pesar de la derrota, quedará para el recuerdo de muchos. Porque el marcador deslució la fiesta, pero no la impidió.

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