La montaña en Aragón

El premio de la vida

El oscense Dani Ascaso pende de la ética, la constancia y la buena amistad una línea nula al postureo y de hondo compromiso por una forma de existir en la escalada

La FEDME le ha distinguido por la apertura invernal y en libre de la ‘Vía dei Inglesi’ al Piz Badile en Suiza junto a Santi Padrós

El catalán Santi Padrós y el oscense Daniel Ascaso muestran su alegría en la cima del Piz Badile tras 21 horas de sacrificio en la pared.

El catalán Santi Padrós y el oscense Daniel Ascaso muestran su alegría en la cima del Piz Badile tras 21 horas de sacrificio en la pared. / DANIEL ASCASO

Sergio Ruiz Antorán

Sergio Ruiz Antorán

Esa calada de conciencia de notar el latido profundo de la vida. Esa bocanada casi mística que ensancha el corazón en mitad de la nada. Ese abrazo a la madre. El eco de la carcajada de Naila. El compromiso por una ética añeja. El cuidado de la herencia recibida. Existir en lo que quieres. Esos son premios, los verdaderos que luce Daniel Ascaso.

Este «escalador metido a alpinista» se aleja de otros trofeos más mundanos en plena reunión de la humildad y la indiferencia porque «mis mayores me enseñaron a hacer y callar». Será por eso que resta valor a haber recibido de FEDME la consideración de la mejor expedición del año en Europa. Tanto que parece que fue de palmero de Santi Padrós. Y ni mucho menos. Ambos liberaron en febrero la Vía dei Inglesi al Piz Badile. En invernal. Dani reconoce que aceró, pecado mínimo en 21 horas de tajo en 700 metros de pared de hielo y dry tooling con grado de M8+.

No es la primera vez que la lían. En 2016 optaron al mismísimo Piolet de Oro, los Óscar del alpinismo, por la apertura en el Cerro Adela de la vía Balas y Chocolate (800m. ED). Fue en esa montaña donde iniciaron su cordada. «Nos conocíamos de Benasque, pero fue en una expedición que hice con Óscar Pérez y Álvaro Novellón cuando pensé en él. Es muy buena persona con un gran sentimiento, respetuosa y con empuje, siempre tira para arriba. Técnica y físicamente está muy fuerte. En alpinismo puro y en mixto y hielo es de los mejores de Europa. Es todo cabeza y corazón». En invierno tiene previsto unirse a él en Canadá o Noruega, en las semanas que le deja su trabajo en Kirolene, la escuela vasca donde es profesor de técnicos de montaña desde hace 15 años. 

Abrazo en la cumbre de Padrós y Ascaso, pareja con proyectos este invierno en Canadá y Noruega.

Abrazo en la cumbre de Padrós y Ascaso, pareja con proyectos este invierno en Canadá y Noruega. / DANIEL ASCASO

Dani siempre ha ido con los buenos porque es muy bueno. Jordi Corominas, Jonatan Larrañaga, Christian Ravier, Óscar Pérez, Iñaki Cabo, Pepe Chavarri, Lorenzo Ortiz… «Somos de una generación que ha estado en la cresta de la ola, pero sobre todo son amigos, gente con la que te sientes bien, esencial para ir a la montaña», afirma. Algunos de ellos no están. Incluso Dani participó en la infructuosa operación de rescate a Óscar Pérez en el Latok.

Gente con compromiso y lejos de los focos. Dani no tiene ni Whatsapp ni redes sociales. No le interesa ese reflejo. Ni los brillos de los ochomiles comercializados. «La altura nunca me ha sentado bien y siempre me ha motivado más la vertical», reconoce. Su carrera, de altísimo nivel, se ha movido por criterios de pureza alpina. «Sé que para vivir de esto hay dos vías: ser guía de alta montaña, que lo soy, o ser de los mejores y tener patrocinadores, que nunca he aspirado. No me interesa participar en ciertas cosas que se dan ahora. Quizá me estoy quedando atrás y tengo una visión de viejo rockero», asume. 

Ladrón de gatos

Dice Dani que no recuerda muy bien cuándo decidió ser escalador de élite. Sí otras pequeñas memorias. Desde esas excursiones con padre y madre al Pirineo o entrar a la habitación de Jorge, el tato mayor, a robarle los gatos mientras estaba en la uni. Ese rápel iniciático de «por ahí no bajo». O esa primera vez a Patagonia, con veinte añitos, con Peña Guara, su club de siempre, que «siempre me ha apoyado».

O en esa ocasión, con el añorado Pepe Chavarri y Javier Ballester, en la Isla de Baffin, oasis de hielo, cinturón del Ártico, entre auroras boreales «con el trineo, viendo osos polares, pensaba que estaba en la Luna, en otro mundo», recuerda Dani. Flipando como en esas paredes inmensas y desconocidas en mitad de Irán con Christian Ravier, otro máquina de apellido glorioso. «Un país con una gente increíble. Ojalá en España fuéramos la mitad de amables que ellos».

Sumen a esa lista otros destinos como Turquía, Pakistán, Perú, Bolivia, Marruecos… Una vuelta al Mundo que ahora va más despacio desde que nació su hija. «Antes no paraba. Mi única preocupación era tener algo en el bolsillo para el viaje o cambiar de cuerdas. Con la paternidad la perspectiva cambia. Hay que adaptar la cabeza, un proceso que me ha costado», acepta.

Tiene 51 y reconoce que ahora necesita parar más, nota que «mi capacidad de sufrimiento se va mermando» y que la edad «te quita presión, que si no me apetece ir, pues ya iré otro día». Achaques y reconocimientos que no son una derrota. «Me veo escalando hasta que el cuerpo diga basta, porque esto es lo que me da la vida. Son esos momentos únicos en los que conectas cuerpo y mente, fluyes y encuentras una forma de escape». El verdadero premio de la vida.