CENTROS COMERCIALES

Augusta, el salvaje oeste de Zaragoza

Dos clientes bajan por una rampa mecánica del centro comercial Augusta, situado en el barrio Delicias.  | MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Dos clientes bajan por una rampa mecánica del centro comercial Augusta, situado en el barrio Delicias. | MIGUEL ÁNGEL GRACIA / judit macarro

Judit Macarro

Judit Macarro

El silencio reina a las puertas del centro comercial Augusta. Solo el ruido de los coches al pasar por la avenida Navarra irrumpe la calma. Son las once de la mañana y –quizás porque es lunes o que la mayoría de las tiendas del interior tienen las persianas bajadas–no hay ni una veintena de personas en el interior del edificio. Atrás quedan los tiempos en los que los pasillos del complejo se llenaban de clientes dispuestos a pasar el día de tienda en tienda. La realidad ahora se asemeja más al salvaje oeste pero de las grandes superficies, hasta tal punto de que no sorprendería ver algún que otro rodamundos pasar.

Una clienta camina por los pasillos vacíos de la  gran superficie. | MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Una clienta camina por los pasillos vacíos de la gran superficie. | MIGUEL ÁNGEL GRACIA / judit macarro

La gran cantidad de aparcamientos disponibles, tanto en el parquin abierto como el subterráneo, dejan entrever el potencial que llegó a tener en su día la gran superficie. Ahora, ese espacio de 62.447 metros cuadrados no alcanza ya ni un 20% de su ocupación.

Dejando atrás el exterior, que dos empleadas se encargan de acicalar quitando los hierbajos que se acumulan entre las losas del suelo, las puertas correderas son una entrada un mundo totalmente paralelo al que antaño se veía. Recuerda a los tiempos pandémicos cuando por la televisión se mostraban las calles vacías, sin un alma. Las paredes insonorizan el sonido de los coches, envolviendo el entorno en una calma y un silencio extremo. Solo es interrumpido de vez en cuando por la cafetera de El Continental, uno de los pocos establecimientos hosteleros que sigue en pie.

"A por una cosa y me voy"

De la quincena de mesas disponibles únicamente tres están ocupadas esta mañana por un grupo de cuatro amigos, una pareja y una mujer que hace una videollamada con una amiga. Más allá de estos clientes, el resto que se pasea por el centro comercial –no llegarán a la decena– lleva demasiada prisa porque solo han venido «a por una cosa y me voy», aseguran.

En el centro de la entrada, un parque de bolas y aventura para los más pequeños descansa al abandono que rodea a este edificio que ya cuenta con 29 años de historia. Su apertura en el año 1995 trajo consigo más de 120 negocios nuevos, de los que ahora tan apenas 30 siguen en funcionamiento. De estos locales, ya por aquel entonces, el Carrefour -antes llamado Continente– era una pieza fundamental en el atractivo de la galería comercial. Ahora, el híper, de 14.000 metros cuadrados, es el pulmón de Augusta e hiperventila en un intento de mantener con vida a este gran activo inmobiliario del comercio.

La gran mayoría de las personas que se acercan al centro comercial lo han hecho "por venir al Carrefour"

Además esta gran cadena de alimentación, todavía hay algunas tiendas que reciben a algún que otro cliente, aunque con cuentagotas. «Esto ya no es lo que era, antes esto se llenaba», asegura María Pérez, quien junto a su marido van en dirección a la salida empujando un carrito lleno de la compra semanal. Como ellos, la gran mayoría de las personas que se acercan al centro comercial lo han hecho «por venir al Carrefour». Augusta ha perdido el poder de atracción de público que tuvo en el pasado.

Al entrar en el hipermercado otra realidad distinta envuelve el ambiente. «La mayoría venimos aquí por el Carrefour», corrobora Raúl Fernández, un joven que vive en el distrito de la Bombarda. Desde que cerraron los cines en el piso superior –ahora ya completamente vacío a excepción de dos restaurantes y una tienda en funcionamiento–, apunta, «la gente prefiere acercarse a otros centros comerciales». «Por aquí solo pasamos los vecinos que vivimos cercar para comprar lo que necesitemos», añade. «Es normal que esté todo vacío porque, aquí, hay poco que hacer ahora», dice con cierta nostalgia. n

Suscríbete para seguir leyendo