Los alumnos de 2º de ESO del Colegio San Vicente de Paúl de Zaragoza acudimos a finales del curso pasado a visitar el Palacio de La Aljafería de Zaragoza como quien va a ver a un familiar. La mañana del 21 de mayo, unos 40 estudiantes y dos profesores nos zambullimos entre sus muros de adoba, ladrillo y mampostería de alabastro; escapando del calor asfixiante.

A lo largo de la mañana, a calicanto, los alumnos fuimos instruidos en las distintas partes del zaragozano Palacio que Abu-Yafar mandara levantar. Tras visitar las estancias de la quibla y del salón dorado, paseamos por el patio abierto por el cual todavía discurría el agua de forma eterna y apacible.

Frente a sus paredes rojas y la sombra de sus naranjos, los alumnos comenzábamos a imaginar a Avicebrón, Al-Kirmani o a Avempace deambulando entre conversaciones que todavía resuenan en los cargados huesos de Saraqusta. Los gruesos muros de la Torre del Homenaje, fuente de inspiración desde el siglo décimo para poetas, escritores y compositores como Antonio Gutiérrez o Giuseppe Verdi, nos hicieron presos uno a uno.

Por la antigua biblioteca donde Pedro IV daba rienda suelta a su imaginación; entre memorándums a Venus y decoraciones caligráficas, fuimos descubriendo el gran pozo palaciego. Adherido a un muro de cierre, ofrecía la perspectiva de una Zaragoza rodeada de huertos al abrigo del río Ebro. Tras visitar las estancias más nobles y el salón de Cortes, los dos grupos en los que se dividió la visita fuimos pasando al centro del poder legislativo de la comunidad autónoma: las Cortes de Argón.

Aquí, aprendimos el valor, funciones, composición y disposición de este organismo que cumple un cometido histórico para todos los aragoneses, el de gobernar y legislar sobre los temas en los que la región tiene competencias.

Tras las fotos de rigor, el salón de plenos, pareció quedar en silencio. Parecían resonar las palabras de Maylis al-Dahab implorando a la belleza del palacio en el momento de su salida. Gran verdad debieron encerrar aquellos versos en los que el propio príncipe árabe exhortaba a su belleza a devolverle la alegría que en cada esquina del lugar habían encerrado los reyes hudíes de Zaragoza.