Aún recuerdo las tardes de miedo y de hambruna, de dolor y de olor a muerte. Recuerdo el pavor y la desesperanza detrás de cada esquina y de cada rincón.

En 1946 yo era un chaval, un Antonio Garcés indefenso ante lo que se le venía encima.

La gente empezaba a morir no se sabía bien el motivo. Todos teníamos distintas teorías y nadie entendía lo que estaba pasando. Asia y el norte de África empezaban a tener los mismos problemas.

La mayoría pensábamos que era un castigo de Dios y que lo iba a sufrir todo aquel que lo mereciera. Más tarde, se descubrió el motivo de la peste negra, pero hasta entonces debíamos vivir ante la espera.

En mi ciudad, Bremen, cada vez moría más gente. Nuestra medicina no estaba preparada para tratar esta enfermedad, ni siquiera para investigarla, En mi casa, nos temimos lo peor, mi hermano mayor, Juan, empezó a tener una fiebre alta superando los 40ºC, tos y sangrado por la nariz, además le aparecieron unos bubones negros.

Él la tenía, sabíamos que la tenía. Fuera lo que fuese esa enfermedad, él la tenía. La situación empeoró, seguido de mi hermano, fue mi padre que se puso tan enfermo que no pudimos hacer nada por él. Mi madre y yo nos aislamos, pero la cosa siguió empeorando, mi hermano falleció y después de él mi padre. Mi madre tras esto, murió de pena.

La situación no fue a mejor, la enfermedad se iba pasando de unos a otros. Murieron millones de personas y la gente apenas salía de casa, no había suficientes medicamentos para todos, ni ayuda.

Y ahí, con 19 años, me vi completamente solo en un mundo que estaba contra mí. En esos momentos de tanta soledad y tristeza mi única calma era pensar en Esmeralda, mi vecina de enfrente desde que tengo memoria. Cada tarde nos mirábamos por la ventana de nuestra habitación, intentando comunicarnos como podíamos. En su casa la situación iba un poco mejor, su padre era médico, pero aun así temía cada día por ella.

Lo cierto es que la quise durante toda mi vida y supe que era verdadero amor cuando en un momento así, solo podía pensar en ella y no era mi vida la que más me preocupaba.

Las temperaturas eran muy bajas, apenas quedaba comida y yo no salía de casa. Para mantenerme a salvo y me distraía como podía. En la ciudad el sistema hidráulico cada vez empeoraba y las condiciones de higiene eran muy bajas, todo estaba lleno de ratas pulgosas y de basura.

Mi situación fue así durante mucho tiempo y lo único que me calmaba era ver a Esmeralda a través de la ventana.

Tras mucho tiempo, la situación mejoró y en cuanto pude salir de esa inmensa agonía, lo primero que hice fue reunirme con Esmeralda y decirle todas las cosas que debería haberle dicho antes.

La peste se llevó muchas cosas que quería, pero me dio el valor para conseguir otras.