Los dos la necesitaban y, al final, ha acabado imponiéndose. Desde esta mañana, Israel y Hamás están oficialmente en tregua. El Gobierno israelí confirmó ayer el acuerdo, fraguado con la mediación egipcia tras muchos meses de negociaciones indirectas. Como primer paso, ambos se comprometen al cese recíproco de hostilidades en Gaza.

Si el alto el fuego se mantiene, Israel empezará la próxima semana a levantar progresivamente el bloqueo a las importaciones desde la franja y se intensificará el diálogo para el intercambio de prisioneros. La tregua nace rodeada de escepticismo y con la oposición airada de varios ministros israelís.

UN ACUERDO POR NECESIDAD Como reflejaba ayer algún analista de la prensa hebrea, este no es un acuerdo por voluntad, sino por necesidad. El primer ministro israelí, Ehud Olmert, necesita aliviar el sufrimiento de las poblaciones judías fronterizas con la franja de Gaza, golpeadas cada mes por cientos de cohetes y granadas de mortero. De ese modo podría capear parcialmente el acoso mediático y político que está sufriendo al verse salpicado en el enésimo caso de corrupción, esta vez por un presunto soborno.

Tanto Hamás como el resto de facciones se han comprometido al cese de los lanzamientos de cohetes, aunque ayer, horas antes de la entrada en vigor de la tregua, dispararon una treintena.

Para Hamás, la prioridad es acabar con el bloqueo fronterizo que ha arruinado la economía y ha puesto a la población al límite de la supervivencia. Los islamistas quieren demostrar que son capaces de aportar algo más que seguridad ciudadana. Si la tregua aguanta, Israel ha prometido aumentar en un 30%, a partir del domingo, la ayuda humanitaria que entra en Gaza y, progresivamente, autorizar la importación de materiales y mercancías, vetadas durante el último año.

APERTURA CON CONDICIONES De momento no abrirá el paso de Rafá, la frontera de Gaza con Egipto, la única existente para el tránsito de personas. Israel condiciona su apertura al cese del contrabando de armas por los túneles que transitan bajo esa frontera y a la liberación de Gilad Shalit, el soldado israelí secuestrado por Hamás hace dos años. Según Olmert, su liberación forma parte "indisociable" del acuerdo y ambos bandos intensificarán las negociaciones a través de Egipto.

Pese a todo, la tregua se antoja extremadamente frágil y nace envuelta en el escepticismo. "No nos hacemos ilusiones --dijo ayer Olmert--. La calma es temporal y podría durar muy poco". Como prueba de esta desconfianza, el Gobierno israelí ha ordenado al Ejército que esté listo para atacar Gaza en el caso de que fracase el alto el fuego.

El pacto ha abierto la caja de los truenos en el Ejecutivo israelí. El viceprimer ministro, Haim Ramon, dijo ayer que la tregua supone "el reconocimiento de Hamás y una bofetada a la Autoridad Nacional Palestina". Y no se equivoca. Hamás ha logrado una de sus grandes aspiraciones, que Israel le reconozca, aunque sea indirectamente, como interlocutor. Además, ha demostrado que la violencia da más réditos con Israel que la diplomacia.