El Periódico de Aragón

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Guerra en Ucrania

Ayer, centro comercial; hoy, campo de refugiados

La ciudad polaca de Rzeszów, situada en la frontera con Ucrania, recibe estos días a miles de desplazados ucranianos, que se alojan de forma provisional en Full Market, un área comercial reconvertida en un espacio de tránsito, acogida y consuelo para los ucranianos

Una madre y su hija acceden a las instalaciones de Full Market, en la ciudad polaca de Rzeszów.

El área comercial Full Market, situada en la ciudad polaca de Rzeszów, arroja hoy una imagen completamente diferente a la que mostraba hace dos meses. Donde ayer hubo tiendas de moda, electrónica y zapatos, hoy hay una lavandería, un ropero compuesto por prendas donadas y un comedor. El espacio central, ayer anegado de gente despreocupada trasteando con las bolsas de sus nuevas adquisiciones, hoy amanece surcado de camas, ocupadas por aquellos que lo han perdido todo al otro lado de la frontera.

A menos de tres horas de ese campo de refugiados de la Europa del siglo XXI, miles de personas esperan hacinadas en Truskavets, ciudad ucraniana de frontera que un día fue el balneario más singular de Ucrania, y que hoy da cobijo, en sus hoteles, a las miles de personas que huyen de la guerra. Un lugar aparentemente seguro en el que, no obstante, ya se han escuchado, en los últimos días, las primeras sirenas antiaéreas que avanzan de todo menos buenos presagios.

Camillas colocadas en el espacio central del centro comercial. | // MARCOS RODRÍGUEZ

Unos 300 kilómetros al este del caos de Truskavets, sus vecinos polacos de Rzeszów esperan preparados, día y noche, para atender a los cientos de desplazados que recalan cada jornada en la ciudad. Allí se encuentran, en un primer momento, con Klaudia Lebko, una de las responsables del recurso, que se afana, con la ayuda de un nutrido equipo de voluntarios, en asegurarse de que al goteo incesante de familias que traspasan su puerta no les falte de nada. Tampoco compañía. “Este es el primer lugar que encuentran cuando llegan de Ucrania, por su cercanía a la frontera. Lo más importante para nosotros es brindarles un lugar seguro y de calidad para estar”, explica Lebko. Rzeszów, otrora lugar tranquilo y con pocos sobresaltos, se ha convertido, sin pretenderlo, en ciudad acogedora.

“Este es el primer lugar que encuentran cuando llegan de Ucrania, por su cercanía a la frontera. Lo más importante para nosotros es brindarles un lugar seguro y de calidad para estar”

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Una circunstancia que abraza su población, que se ha volcado con sus vecinos. “Vengo aquí todos los días, como voluntaria, desde que salgo del trabajo. Es importante que hagamos esto. Da igual si son ucranianos o de otro sitio. Lo están pasando mal, y debemos ayudarles. Vienen aquí y no tienen nada”, explica una de las voluntarias, Gienia Stecko. Su rutina, al igual que la de todos los habitantes de Rzeszów, se ha visto trastocada desde hace más de un mes, cuando comenzó a acudir al Full Market a echar una mano en lo que fuese necesario.

Una de las antiguas tiendas, habilitada como lavandería. | // MARCOS RODRÍGUEZ

Toda ayuda es bien recibida: el espacio está habilitado para dar cobijo a más de 500 personas de forma simultánea. Los responsables de la estructura calculan que, solo por sus instalaciones, han transitado más de 3.000 personas desde el inicio de la invasión, sin contar las otras cientos de miles que pasan por la ciudad para desplazarse a otros lugares. Porque si en algo se ha transformado Rzeszow en los últimos tiempos, además de en ciudad acogedora, es en ciudad de tránsito: una primera parada en una travesía con destino incierto. “En teoría, solo pueden pasar aquí dos días, pero si están esperando a sus familiares, o tienen que coger un avión o un tren a otro lugar no hay problema en que se queden más tiempo”, explica Lebko.

“Aquí tienen ducha, lavandería, baños, tres comidas calientes al día, aperitivos. Intentamos que se sientan como en casa"

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Los polacos han tenido que convertirse, a contrarreloj, en expertos en gestión de catástrofes humanitarias. Lo han hecho a base de observación, y, sobre todo, de empatía. La primera atención que dispensan a quienes llegan huyendo de una guerra es básica: ayudarles a situarse y recomponerse. “Aquí tienen ducha, lavandería, baños, tres comidas calientes al día, aperitivos. Intentamos que se sientan como en casa. Sabemos que no es suficiente, pero les damos lo mejor que tenemos”, cuenta Klaudia Lebko. La atención no se limita únicamente a lo esencial: en la estructura brindan, además, información y consuelo. En los últimos días, el personal se centra, cómplice pero evitando resultar intrusivo, en un joven que, a priori, pasa desapercibido en el trajín de la antaño superficie comercial. Tiene menos de 16 años y viene de Mariupol. Lo hace solo. “Solo había un sitio en el autobús, y sus padres decidieron que fuese él. Lleva seis días sin saber nada de ellos”, cuenta la psicóloga del centro, sin quitar ojo al joven.

Una voluntaria juega con niños en un espacio de la estructura. | // MARCOS RODRÍGUEZ

A las 22.00 horas, noche cerrada en Polonia y con los establecimientos comerciales y de hostelería echando el cierre, los desplazados ucranianos continúan llegando Full Market, sin apenas pertenencias encima, con muchas dudas y algunos duelos. La mayoría quiere confiar en que la travesía hacia ninguna parte, con parada en Rzeszów, tendrá billete de regreso, pero otros no tienen tan claro cuál será su porvenir cuando todo acabe. Es el caso de Angelika Zolotoverkhova, rusa de nacimiento pero con su residencia permanente en Ucrania. Si la situación no cambia, no podrá volver al que considera su país, aunque las hostilidades armadas cesen. A la guerra entre ambas naciones, ayer hermanas, le sucede estos días otro conflicto: una fractura social entre dos pueblos que en tantas ocasiones fueron el mismo y que ya no podrán volver a convivir como antes.

"Tengo pasaporte ruso, pero llevo 20 años viviendo en Ucrania, mi hija nació allí y mi marido es ucraniano. No tengo ni idea de qué es lo que va a ocurrir a partir de ahora"

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“Llevo 20 años viviendo en Ucrania, mi hija nació allí y mi marido es ucraniano. No tengo ni idea de qué es lo que va a ocurrir a partir de ahora, ni cuándo podrá volver mi hija a encontrarse con su padre”, lamenta. Su marido, escultor de profesión, aguarda en el país a ser reclutado debido a la Ley Marcial, que impide abandonar las fronteras ucranianas a los hombres entre 18 y 60 años, hayan completado o no el servicio militar. Miles de familias se rompen, como consecuencia, estos días: por un lado, mujeres, niños, ancianos y personas con discapacidad que cruzan las fronteras europeas para ponerse a salvo. Por otra, padres y maridos, que resisten los ataques ocultos en sótanos y bunkers, luchando en las calles o llevando a cabo labores de voluntariado para asistir a su gente en la frontera.

Junto a Angelika Zolotoverkhova viaja su amiga Natalia Petryk. Las hijas de ambas van a la misma escuela. Estos días, comparten periplo hasta Francia, donde les acogerán unos amigos. No saben por cuanto tiempo. Mientras tanto, hacen parada en Rzeszów, desde donde aprovechan para comunicarse con los maridos que dejan en el frente y para ordenar sus prioridades.

Voluntarias clasifican la ropa donada para los refugiados ucranianos que llega a Full Market. | // MARCOS RODRÍGUEZ

Todavía les cuesta entender en qué momento se llegó a tal punto. “Recuerdo las primeras elecciones de Vladimir Putin. Yo jamás le voté. Todo el mundo estaba impresionado: qué joven, qué listo, además es de la KGB. Mira ahora. Jamás imaginamos esto, y eso que teníamos la guerra del Donbás al lado, pero para todos nosotros era un conflicto local. No imaginamos esto ni siquiera en los días previos, cuando todos los periódicos avisaban de la invasión. No podíamos creerlo”, reflexionan, mientras instalan en Full Market las pocas pertenencias que portan. A su alrededor, los niños juegan, ajenos al drama que viven los adultos que les acompañan. Sus risas, mientras corren entre las paredes vacías de lo que un día fueron tiendas chocan contra los ánimos de sus madres, que les observan con una expresión de cariño triste. “Son la alegría de aquí”, aprecia una voluntaria.

Las demostraciones de reconocimiento hacia la labor que voluntarios y ciudadanos de la frontera polaca desempeñan con sus vecinos ucranianos se han sucedido, a lo largo de este mes, por parte de autoridades e instituciones, sabedoras de que las medidas impulsadas por los cauces oficiales no valdrían de nada sin la solidaridad del pueblo.

Sean Penn, durante su visita a Rzeszów. | // MARCOS RODRÍGUEZ

El último en hacerlo fue, hace pocos días, la celebridad hollywoodiense Sean Penn, que se acercó a la superficie para agradecer, visiblemente emocionado, la labor que allí desarrollan sus voluntarios. “Estamos ante otro desastre natural. Nunca antes el mundo había experimentado tal hospitalidad por parte de un país vecino en una crisis de refugiados”, reconoció el actor ante la prensa. Penn se encontraba, en los días previos a su visita, grabando un documental sobre la guerra en Ucrania, conflicto con el que se siente comprometido e implicado hasta el punto en el que llegó a amenazar con “fundir las estatuillas de sus premios Oscar” si no se permitía al presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, intervenir en directo durante la ceremonia.

"Nunca antes el mundo había experimentado tal hospitalidad por parte de un país vecino en una crisis de refugiados”

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A Rzeszów acudió de la mano de su fundación benéfica, CORE, (Community Organized Relief Effort), a través de la que firmó un convenio de colaboración con la ciudad fronteriza para brindar apoyo económico, formativo, logístico y psicológico al centro, sus usuarios y sus voluntarios. Desde allí aprovechó también para mandar un mensaje a las miles de personas que abren sus hogares a ciudadanos ucranianos huidos de la guerra, les brindan consuelo y se convierten en familia en el momento más difícil de sus vidas. “No conozco más valor que abrir la puerta a quienes lo necesitan”, aseveró en el lugar.

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