Urumqi, Guangzhou, Zhengzhou, Pekín, ShangháiLas protestas a la política cero Covid se expanden y acentúan en China. Son un puñado de ciudades, escasas en un país con la quinta parte de la población mundial, pero sientan un hartazgo latente y una tendencia alcista que inquieta a un Gobierno que sacraliza la estabilidad social. No escasean las protestas en China, siempre por cuestiones locales: una fábrica contaminante en el vecindario, salarios impagados, un funcionario corrupto… pero el levantamiento contra una política nacional es inédita en décadas.

“Había visto protestas en otras ciudades y esperaba que la gente saliera aquí a la calle. La han convocado en las redes sociales y he venido. Estamos hartos, son casi tres años, hemos sido ya muy pacientes pero no vemos el final”, cuenta una veinteañera pequinesa durante las protestas nocturnas formadas en el río Liangma. Esa cicatriz fluvial, apenas un hilillo de agua hedionda años atrás, se convirtió tras su recuperación en el núcleo del ocio ciudadano. Así que, cuando alguien sugirió honrar a los muertos del incendio de Urumqi, a su ribera se acercaron cientos de personas. Bastan unos minutos para consignar la indignación por las restricciones. Sobre lo demás hay más dudas. Igual recitan La Internacional Socialista que cantan el himno nacional que exigen el final de los encierros y la liberación de los detenidos en Shanghái que reclaman la libertad de prensa o el estado de derecho. Lo último es tan esporádico pero relevante porque las críticas al andamiaje del sistema son tabú.

El hastío es comprensible. China fue la primera en adoptar las restricciones cuando surgió una extraña neumonía en Wuhan y es la última en mantenerlas. La política de cero Covid ha blindado al país de las mortandades globales, apenas 5.300 fallecidos en tres años, pero algunos juzgan que es hora de agradecerle los servicios y jubilarla. Nunca había registrado el país protestas tan graves como las de esta semana. La razón más evidente es que nunca había sufrido el país un brote mayor. China ha rozado los 35.000 casos diarios, ridículos para las magnitudes occidentales, pero inaceptables aquí.

Nuevos confinamientos

Los nuevos confinamientos se han sumado a los viejos. Algunas ciudades acumulan meses con variadas limitaciones de movimiento que no han servido para embridar los contagios. Es el caso de Urumqi, capital provincial de Xinjiang. El cansancio rompió en ira en la noche del jueves con la muerte de diez personas en el incendio de un edificio. Muchos culparon a la política cero Covid del retraso de la evacuación de los vecinos y de la llegada de los bomberos. Frente al consistorio se juntaron miles de ciudadanos pidiendo el fin de los confinamientos y las imágenes, reenviadas sin pausa en las redes sociales, prendieron la mecha.

Un día después, en la calle Wulumuqi (Urumqi en mandarín) de Shanghái, situada en la concesión francesa, su distrito más cosmopolita, centenares de jóvenes se congregaron para honrar la memoria de los fallecidos. Entre los previsibles lamentos contra la política de cero Covid tronaron exigencias de dimisión al presidente, Xi Jinping. Los presentes describieron livianos roces con la policía y algún detenido. Actos parecidos se han repetido en campus como el de Tshinghua, prestigiosa universidad pequinesa y cuna de la élite política y empresarial del país.

China lidia con un sudoku sin solución. La política cero Covid es inasumible a medio plazo, una apertura a la manera occidental dejaría entre uno y dos millones de muertos en meses y Shanghái ya demostró que la vía intermedia conduce al desastre. El Gobierno ha repetido que mantendrá su política mientras sus ventajas superen a sus inconvenientes y el veredicto parecía claro porque tanto el deterioro de la economía como el hartazgo social eran manejables. No está tan claro lo segundo ahora y quizá ha llegado el momento de un cálculo nuevo. El Gobierno aprobó medidas más flexibles dos semanas atrás, algo parecido a una versión 2.0 de la vía intermedia sin las chapuzas de Shanghái, pero no es descartable que la ola de protestas obliguen a profundizarlas..

“No lo sé”, admite tras una pausa larga un joven en el río Liangma cuando le pregunto si aceptaría los riesgos de una apertura a la occidental. Unos minutos antes se había desgañitado contra los confinamientos. Son tiempos confusos de los que sólo emerge una certeza, quizá irracional: el indigerible empacho de muchos de una política que ha protegido sus vidas tanto como las ha castigado.