Llegó el día. Tres años y siete meses después del 11-M, el mayor atentado terrorista de la historia de España, los supervivientes y familiares de los 191 fallecidos esperan en estado de máxima ansiedad el fallo del jurado sobre los 28 procesados. Cuando el presidente del tribunal, el juez Javier Gómez Bermúdez, acabe hoy de leer los 20 folios de conclusiones, al fin podrán aferrarse a algo tangible: la verdad judicial, la única posible. "Un relato de hechos probados y unas condenas ejemplares nos servirán para dar carpetazo psicológico, para exorcizar parte del dolor y la confusión que nos ha paralizado durante tanto tiempo", reflexiona Oscar Hernández, quien perdió a su mujer, de 25 años, en los atentados. Quizá por primera vez, todas las víctimas, adscritas o no a alguna asociación, comparten sentimientos básicos: confianza en la justicia y certeza de que ya nada les devolverá a los seres queridos. Será después de conocer el fallo cuando unos se sientan saciados y otros defraudados. "Es la hora de la justicia. Es la hora del resarcimiento. Es hora de olvidarse de las cosas que han fallado y agarrarse al funcionamiento de la justicia", dice David Abad, vocal de la Asociación Víctimas del 11-M de Pilar Manjón, quien perdió a su hermana. "Van a quedar muchos flecos sueltos. Por ejemplo, si el PSOE utilizó los atentados para llegar al poder", opina Miguel Reyes, de la AVT, cuyo hijo murió en un tren.

AUTORÍA ISLAMISTA "Quien después de la sentencia aún tenga dudas de la autoría islamista es que está ciego o no tiene interés en ver. Espero una condena sin fisuras, que deje claro que todo esto ocurrió por meternos en Irak. Y si alguien tiene que ser absuelto, que no sea Jamal Zugam. Estoy segura de que fue él quien puso la bomba que mató a mi padre", asegura Laura Brasero, de 22 años. "También le tengo ganas a Carmen Toro, a toda la trama asturiana. Con eso me quedaré satisfecha", admite. ¿Y cómo se mide el grado de satisfacción? "En años de condena", dice Ruth Rogado. "Aunque no cumplan todo, no es lo mismo una pena de 40 años que una de 36.000 para los que mataron a mi padre".

La vuelta a la normalidad, el fin del circo mediático, la reconstrucción de la vida, el adiós al duelo permanente. La mayoría de las víctimas esperan que la sentencia les sirva para empezar a mirar otra vez hacia el futuro. Oscar Hernández acaba de volver de Argentina, donde ha participado durante tres meses en encuentros con las víctimas del incendio en la discoteca Cromañón y las madres de Mayo. Su reflexión no tiene desperdicio: "Juntos hemos aprendido a buscar la justicia no como venganza, sino como bálsamo reparador. Cuando llega la justicia, ya no te quedas vacío. Pero también sé que la cárcel no desmonta la fábrica del terror. Los ideólogos aprovecharán la prisión para adiestrar a nuevos asesinos e incubar su odio en delincuentes comunes. Por eso, tras la superación del dolor, debo abrir el corazón y el conocimiento. Nunca estuve tan decidido a trabajar por un mundo mejor".

No todo el mundo dispone de la lucidez o la capacidad para superar el dolor. "Las madres, las madres, las madres", repite como una letanía Raúl Castor, quien perdió a su padre en el atentado, cuando se le pregunta por el eslabón débil de las víctimas. Pilar Manjón, más allá de su papel mediático como presidenta de la Asociación Víctimas del 11-M, es por encima de todo la madre de Daniel, fallecido en el atentado a los 20 años. "La espera se está haciendo eterna y quizá el día no sea el más oportuno, víspera de la fiesta de Todos los Santos. Estamos todos presos de la ansiedad. Espero que sea un día importante, aunque sabemos que no todas las responsabilidades quedarán depuradas. Habrá que seguir y seguir hasta el final".

Seguir y seguir. Esa también es la consigna que se marca para el futuro Eloy Morán, de 59 años, que el 11-M perdió la visión de un ojo y la audición de un oído. "Me gustaría que la sentencia, además de despejar asuntos elementales como la autoría, deje la puerta abierta a nuevas investigaciones que den lugar a nuevos juicios, porque todavía quedan muchísimas dudas y pocas certezas". La magnitud de las penas le da igual: "Los muertos no van a resucitar y los mutilados y discapacitados no van a recuperarse", dice.

"Lo más triste es que aún vendrá mucha gente, incluidos familiares y compañeros de trabajo, a preguntarnos con los ojos chispeantes cuánto hemos cobrado de indemnización. La incompresión social sigue siendo absoluta hacia las víctimas. Nadie sabe lo que es esto hasta que no le toca. Pero puede tocarte. Un día estás también en una discoteca argentina que se incendia y tiene las puertas de emergencia con candados o en un tren que vuela por los aires por el odio que la ambición por el petróleo sembró", dice Óscar Hernández.