Frustración. Eso es lo que sienten muchos vecinos de los dos municipios de la Ribagorza azotados por el mayor incendio del que guardan memoria. Todos ellos, jóvenes y mayores, estaban dispuestos a echar una mano en las labores de extinción, pero se encontraron con que los responsables del dispositivo antiincendio rechazaron cortésmente su ofrecimiento.

"Me siento impotente", lamentó ayer Javier, un vecino de Neril, una aldea aupada a 1.500 metros de altitud a la que el avance de las llamas puso en peligro a lo largo del jueves y el viernes. "Fui dos veces a pedir que me dejaran integrarme en una brigada, y las dos veces me echaron, de buenas maneras, pero me echaron", protestó.

"Los de aquí conocemos muy bien el monte, podemos ser de una gran ayuda para atajar el avance del fuego", manifestó, por su parte, Antonio Feixa, un vecino de Laspaúles, de unos 50 años.

El pasado viernes, él y un grupo de amigos se presentaron en una zona de monte incendiada para echar una mano y apenas pudieron hacer nada. "No nos dieron nada, pero tampoco es que hiciera falta, pues nosotros nos apañamos bien con las ramas de boj", comentó.

Sin embargo, no fue la falta de medios para todos lo que les impidió combatir el fuego en primera línea. "Nos dijeron que nos fuéramos, que había peligro para nosotros", explicó Feixa.

"No es que no queramos que ayuden a luchar contra las llamas", manifestó ayer José Franch, presidente de la comarca de Ribagorza. "Lo que ocurre es que, si el fuego llegara a rodearlos, puede ocurrir una desgracia", dijo sinceramente.

Además, Franch precisó que la DGA y el Gobierno central han destinado "suficientes profesionales" a la extinción del fuego. "Han venido bomberos de muchos sitios y la verdad es que no hemos tenido problemas de personal".

Al final, el propio Feixa reconoció que los voluntarios podían crear situaciones complicadas.