Síguenos en redes sociales:

APUNTE

Actuar en un río cada vez más constreñido

La riada que ha tenido en vilo las comarcas ribereñas de Zaragoza durante 72 horas angustiosas no puede darse ni mucho menos por acabada. Ni hoy, cuando las aguas poco a poco vuelvan a su cauce, ni el viernes, cuando está previsto que el Gobierno apruebe un decreto-ley para ayudar a los damnificados. Ni tampoco la próxima semana, que es cuando la Administración debería bosquejar un plan de actuación integral sobre el río para prevenir los efectos de futuras crecidas, que seguro vendrán. La impotencia vivida estos días, tanto por una población atemorizada como por unos gestores públicos superados por el Ebro, se reproducirá si no se toman cartas en el asunto.

Obligados a dar respuesta ante la evidente falta de previsión y la deficiente información cuando la crecida ya golpeaba la ribera, tanto el Gobierno central como el autonómico prometen ahora excepcionalidades en la aplicación de una restrictiva normativa sobre dragado y limpieza del río. Es una medida reivindicada sistemáticamente por los municipios de la Ribera Alta del Ebro que, salvo contadísimas excepciones, no se autoriza por las restricciones que impuso Europa en una directiva del 2007, trasladada a la norma española en el 2010. Desde esa fecha, la única actuación potente sobre el lecho del río es la que se produjo entre Cabañas y Gallur, con la retirada de 120.000 metros cúbicos de gravas. Posteriormente, en el 2013, la DGA autorizó refuerzos en la mota de Boquiñeni y la extracción de unos 18.000 metros cúbicos de gravas en la zona junto a Pradilla.

Se suponía que estas medidas protegerían a las localidades de avenidas como la extraordinaria de estos días, pero no ha sido así. ¿Por qué? Porque la retirada de materiales y la elevación de defensas no ha ido acompañada de otras fórmulas para aliviar el río en zonas de expansión controladas. Sin permitir inundaciones selectivas en espacios agrícolas o naturales es imposible que la sucesión de motas y eliminación muy concreta de gravas en el cauce surtan efecto.

Las consecuencias de la riada del 2015 ya no se comparan con la del 2003, sino con la de 1961. ¿Cómo es posible que esto ocurra si entonces el río transportó un 50% o un 60% más de caudal? Solo hay una respuesta: porque el Ebro de hoy no es el mismo, ni su vaso principal, ni las defensas construidas, ni los usos en las riberas, ni las infraestructuras de riego o comunicaciones que circundan el cauce. La gestión de los riesgos de inundación en el Ebro ha sido deficiente porque el espacio fluvial se ha reducido a la mitad en 50 años tras una explotación humana no siempre ordenada ni adecuada. Por ese motivo son hoy muy superiores a los de hace medio siglo y, de no actuar ya, serán menores a los de dentro de medio siglo. Hay que actuar ya: los plazos del río tienen poco que ver con la provisionalidad de la política.

Pulsa para ver más contenido para ti