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Camino de las urnas / las estrategias

Rajoy, fresco tras mirar el "teatrillo" desde el palco

Las elecciones acabaron con el bipartidismo al convertir a Podemos y Ciudadanos en fuerzas relevantes en el tablero político. El 20-D ganó Rajoy, pero el líder popular decidió inhibirse. Sánchez intentó ser presidente y fracasó. Ahora, el 26-J se plantea como una segunda vuelta en la que la abstención amenaza con castigar más al flanco izquierdo pese a los escándalos que siguen acechando al PP.

Rajoy, fresco tras mirar el "teatrillo" desde el palco

Mariano Rajoy recuerda constantemente que él, desde el pasado 21 de diciembre, ha fijado su posición tras el endiablado resultado electoral: una gran coalición con el PSOE, a la que podría sumarse o no Ciudadanos. De ahí no se ha movido hasta el último día en que fue posible pensar en una investidura. Y eso pese a que Pedro Sánchez siempre replicó a esa oferta con su frase: "No (al Partido Popular) es que no y no sé qué parte del no no se ha entendido". En la práctica, el papel de Rajoy en estos últimos meses ha sido observar desde el palco el "teatrillo", vocablo con el que el PP ha denominado las múltiples reuniones y ruedas de prensa que han rodeado los intentos de Sánchez por alcanzar la Moncloa. Ahora se regodea con el fracaso ajeno y afronta otras generales con buenas expectativas. De hecho, vuelve a salir como líder según las encuestas.

CAMPAÑA DE PRESIÓN Si algo ha quedado en evidencia desde las elecciones del 20-D es que los conservadores tenían, tienen y según parece (por los avisos de Ciudadanos) tendrán serios problemas para tejer alianzas. Y eso que ya en enero emprendieron una campaña de presión para intentar atraer entonces al PSOE, ofreciendo acuerdos "sin líneas rojas", estudiar una reforma de la Constitución y hasta la posibilidad de que la vicepresidencia la ocupara el jefe de los socialistas. También garantizaron sostén al PSOE en comunidades y ayuntamientos.

Por haber hubo hasta emisarios encubiertos, en busca de debilitar el rechazo de Sánchez a negociar con los conservadores. Nada de esto fructificó y, para sorpresa de propios y extraños, Rajoy, en la primera ronda de audiencias con el Rey, declinó el ofrecimiento a intentar una investidura, pese a ser el ganador de los comicios de diciembre. Fue el socialista Sánchez quien finalmente dio un paso al frente. Mientras, el PP se dedicó a activar ya su precampaña: recuperó los paseos electorales y montó varias convenciones en las que ir desgranando, a modo de presentación, los cinco pactos de Estado inicialmente diseñados para tentar al PSOE y Ciudadanos.

EL LASTRE DE LA CORRUPCIÓN Su posición expectante no ha sido cómoda. A los recelos que la flema del presidente en funciones despierta en algunos sectores de su partido, hay que sumar los escándalos de corrupción que han lastrado sus posibilidades de reeditar el cargo sin pasar por las urnas. Desde el palco ha vivido en las últimas semanas las dimisiones de Esperanza Aguirre como presidenta del PP de Madrid por la trama Púnica y del ministro José Manuel Soria por los papeles de Panamá, y observa a una Rita Barberá aferrada al escaño pese al cerco judicial.

El PP respira tranquilo y cree contar con una nueva oportunidad el 26-J, según las encuestas, denunciando el acercamiento de Rivera al PSOE y ablandado el terreno para futuros acuerdos.

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