Fue la primera de todas, la número uno. Ella fue la que abrió una senda hasta entonces inexplorada y el modelo a seguir para otras generaciones. Carmen Valero es la precursora del atletismo femenino español. La referencia. El ejemplo. Más allá de su gran cantidad de conquistas, logros y medallas, la aragonesa (nacida en Castelserás en 1955 aunque su familia se marchó poco después a Cataluña) pasó a la historia como la primera atleta nacional en participar en unos Juegos Olímpicos (Montreal, 1976), siendo, con 20 años, la participante más joven en los 1.500 metros. Doble campeona mundial de cross y coleccionista de títulos nacionales e internacionales en los setenta y ochenta, Carmen fue elegida la mejor deportista española en 1973, 1975, 1976 y 1977, y designada la mejor atleta española del siglo XX por la Asociación Española de Estadísticos de Atletismo (AEEA).

«A los 17 ya corría en campeonatos de Europa», recuerda Carmen, que se vio obligada a retirarse antes de lo previsto por culpa de una de sus rodillas. «Entre eso y la muerte de mi padre se me quitaron las ganas de correr», admite. «Realmente, creo que no he sido consciente hasta hace un par de años de todo lo que he conseguido. El otro día estuve en casa de mi madre y vi que mi padre guardaba fotos preciosas mías corriendo. Antes no valoraba esas cosas. Ahora se hacen mejores marcas porque hay mejores condiciones, pero entonces todo era más complicado, aunque tuve la suerte de contar con el apoyo familiar y de poder entrenar en grupo. Los chicos nos ayudaban», recuerda la campeona, que, aunque desarrolló toda su carrera en Cataluña, se aferra a sus raíces aragonesas. «Ni hablar de que solo soy catalana. Tengo mucha familia aragonesa y yo tengo casa en el Maestrazgo, parientes y muchas cosas más. Voy al pueblo de vacaciones y por mis venas también corre sangre aragonesa», matiza Carmen, que se declara admiradora de la atleta aragonesa Mireya Arnedillo. «Me encanta. Hace grandes marcas siendo tan joven y es encantadora. Corre con los cinco sentidos. Es increíble», afirma.

Ejercer de referencia no fue fácil. Más bien al contrario. Como refleja uno de los episodios más dolorosos de su carrera, cuando, en 1987 y tras el nacimiento de su hija, se presentó a disputar un campeonato de España al que nadie esperaba que acudiera. «Entrené un mes y fui. La federación me preguntó qué hacía allí y yo respondí que correr, a lo que replicaron que si no ganaba no iba a ir al Mundial. Gané y les dije que las falditas se las pusieran ellos». 

Porque, a lo largo de toda su carrera, la turolense tuvo que hacer frente a numerosos episodios de machismo. También en eso fue la número uno. «Tenía que ponerme bombachos para correr aquí cuando en otros sitios lo hacía con pantalones cortos. Creo que ahora soy más consciente de que fui precursora de todo eso que entonces», admite. También del privilegio de acudir a unos Juegos. «Un estadio hermoso, sin ceniza en la pista, la gente gritando...espectacular», recuerda.

Ahora, su madre, en un delicado estado de salud, es la «única prioridad» y correr, a primera hora o por la noche, sirve de «relax» para una campeona, directiva del Club Natación Sabadell, cuyo nombre está grabado en letras de oro en la historia del deporte y también en la lucha por la igualdad. «Había pocas chicas entonces y nos ponían muchas trabas. En mi primer campeonato del Mundo, un entrenador nos citó a una hora para la reunión con todos y cuando acudimos las chicas ya había finalizado. ‘Es igual haced lo que podáis’, nos dijo. A mí me encantaba correr, era mi vida. ¿Igualdad? Aún no está todo hecho».