"Los gitanos tenemos buenas tradiciones pero malas costumbres", comentaba la semana pasada Agustín Gabarre, quien vive con su familia en el barrio rural Venta del Olivar, en una casa que ocupó hace siete años.

Gabarre comparte calle con otros vecinos de etnia gitana que desde hace poco más de medio año accedieron, también, a una casa que no pertenecía a su propiedad. La alcaldesa del barrio, Ana Isabel Sancho, asegura que la convivencia entre los asentamientos "no es buena" y que están tratando encontrar "una solución" para poder expulsarlos de la zona.

De hecho, desde el consistorio ya contactaron con el Departamento de Urbanismo del Ayuntamiento de Zaragoza para poner fin a este problema, que también ha generado quejas entre los vecinos. Los propietarios de las viviendas ocupadas no se han pronunciado, por lo que desde Urbanismo han hecho un requerimiento a los titulares para consolidar los inmuebles, en muy mal estado, o para optar por su derribo.

Sancho indicó que la única solución para erradicar los cuatro asentamientos de la zona es "demoler las viviendas". El barrio tiene censados alrededor de 1.200 personas, según apuntó la alcaldesa, entre ellas la familia de Gabarre, donde "las casas están muy diseminadas". Lo mismo ocurre con los asentamientos. Menos con dos, que comparten calle y son, precisamente, entre los que no hay "muy buena relación".

Los inmuebles ocupados, a excepción de uno, presentan un estado de deterioro avanzado por los años de las propias casas y el descuido de las mismas. Además, la suciedad se acumula en el entorno. Sancho explicó que se han producido "discusiones" entre las familias y que también ha habido robos en el barrio. "Somos conscientes de que los últimos que han venido han sustraido cosas en la gasolinera en reiteradas ocasiones y los pequeños han amenazado a los mayores para que les den dinero", señaló.

PRESENCIA POLICIAL La presencia policial es más intensa desde que la alcaldía la solicitó por el miedo de los vecinos. "Hay una casa en la que, después de la cantidad de veces que han entrado, han tenido que tapiar las ventanas y puertas. Se lo llevaban todo, desde las puertas de los marcos hasta los muebles para venderlos a terceros", explicó Sancho. De hecho, una de las familias ocupas se dedica a la venta de palés que pueden verse desde la calle, ya que se apilan alrededor de su vivienda.

La relación de los vecinos del barrio con los ocupas es agridulce. Varios de ellos rechazan que sigan ocupando las casas. Sin embargo, también los hay que tratan de ayudar a estas familias, como Miguel García, el camarero de uno de los restaurantes más famosos de Venta del Olivar, quien les ha dejado colchones para las camas y muebles e, incluso, comprado pintura para arreglar las paredes.