Gran parte del carburo que en los años cuarenta alimentaba la luz tenue de las lámparas y el monótono quejido de los motores provenía de la zona del Bajo Ebro. En Sástago, ya desde el 1904, se habían instalado una serie de industrias que aprovechaban la energía del agua, la abundante piedra caliza del entorno y el carbón de las minas de Mequinenza para fabricar este combustible símbolo de la posguerra y los años del desarrollismo.

Para fabricar este material era necesario fundir en grandes hornos piedras calizas y carbón. Para lograrlo usaban la electricidad que las recientes centrales hidroeléctricas generaban gracias a la corriente del Ebro. Fue la empresa Electro Metalúrgica del Ebro (Emesa) la que inició esta producción a comienzos de siglo. En pocos años, sus instalaciones y edificios complementarios habían cambiado para siempre el paisaje de esta zona del Bajo Ebro. La primera de las centrales es la que posee un mayor interés arquitectónico. Además, en sus alrededores se suceden la oficinas, los talleres, los almacenes, las plantas de triturado, los hornos y diversas industrias auxiliares. Muchos de ellos, según indica la guía Arte en la Provincia de Zaragoza editada por la Diputación Provincial (DPZ) todavía se encuentran en pie y en general tienen reminiscencias de la arquitectura modernista industrial catalana.

La segunda central levantada a finales de los años veinte, todavía en funcionamiento, es una muestra de mucho valor tanto por sus características técnicas como por los equipos que conserva en su interior. Además, fue uno de los primeros edificios en la península en utilizar el hormigón como material principal durante la obra, lo que determina la ausencia de elementos decorativos, algo que no rivaliza con los logros estéticos del estilo funcionalista.

El edificio de la tercera central, levantado en los cincuenta, también sigue los parámetros del racionalismo. Cuenta en este caso con una barriada de viviendas obreras que recuerdan a los municipios que Regiones Devastadas iba recuperando por el territorio aragonés.

La visita turística de todos estos elementos industriales está restringida al no pertenecer a ninguna administración pública. En todo caso, se pueden visitar por el exterior y aprovechar el recorrido para conocer la ribera del Ebro (se ha recuperado un paseo de dos kilómetros gracias a una subvención de la DPZ) y algunos de los parajes que rodean al municipio. Según señalan desde el consistorio de Sástago, es imprescindible recorrer los alrededores de la ermita de Montler, por los que pasa el camino Jacobeo del Ebro y "tiene unas vista espectaculares que ningún visitante se tendría que perder". También se puede conocer con un agradable paseo un fortín de las guerras carlistas recuperado gracias a un taller de empleo provincial y el tambor, coloquial denominación de una torre vigía, situada cercana al puente, sobre escarpe rocoso, rodeado de un paisaje asombroso.

Templo barroco

De interés para el visitante es la iglesia parroquial, dedicada a Nuestra Señora del Pilar. Con una traza barroca del siglo XVII, se asienta sobre un templo mozárabe. Según relatan en el municipio, quedó muy dañada tras la guerra civil, donde fueron destruidos retablos, pinturas orfebrería la sillería y el órgano. Incluso se ha documentado la desaparición la una campana llamada Valeriana. Desgraciadamente, ya no ha regresado a su lugar de origen. Quizá fuera fundida para lograr metal o, si se atiende a lo que cuentan los más mayores del lugar, se puede pensar que tañe en alguna torre de ciudad cercana.

A pocos kilómetros se puede pasear por las Saladas, una espectacular zona de monte que atrae incluso a aficionados extranjeros a las aves y a la observación de los animales. Y cómo no, descubrir el monasterio de Rueda, una joya de la arquitectura cisterciense de la que ya se ha hablado en una de las entregas de esta serie.