La motosierra ruge. Tiene que quedar todo maqueado ante la marabunta que se avecina. A azadazo limpio van abriendo un caminete que rodea la carrasca para que nadie se aproxime demasiado. El desconfinamiento alerta de un chaparrón de visitas a Lecina tras la fama que su encina milenaria ha acaparado por su nominación para ser árbol del año en Europa que se desvelará este miércoles. «Es provisional. Luego se acondicionará mejor», dice un operario.

Es el miedo de Rosa Cabano. No quiere que su carrasca arrastre la masificación, traiga basura o mala educación. Como ese día que al entrar a su era se encontró a unos campistas bajo ese árbol que ama. Forma parte de su vida, le transmite su energía, esa que notó cuando le pilló el confinamiento en este punto al norte de Guara, al sur del Sobrarbe, país despoblado y olvidado.

La Castañera, como llaman al quercus, era su patío de recreo, donde creció amando la naturaleza. Por eso echa en falta los ruiseñores que antes lo habitaban o las carrasquitas que rodeaban el enorme tronco que Nicolás, su dueño, de la fortificada Casa Carruesco, pringó de manteca para que los intrépidos turistas no se subieran y lo descorcharan.

Nicolás y su abuela Águeda compartían ese protección desde que los primeros franceses llegaron para admirar la carrasca de las Coronas. Por eso él desoyó las ofertas de los leñadores que fueron cortando todos los buenos elementos para convertirlos en carbón. Por eso ella estudiaba medicina bajo el candil y sabía utilizar las plantas como remedios. «Me curó unas anguinas con sauco», narra Rosa. Por eso le llamaban bruja, como esas leyendas que surcan de aquelarres y Belcebús estas tierras de esconjuraderos, dólmenes, abrigos con pinturas en la piedra y vuelos de buitre. «Bruja porque era una mujer inteligente», dice su nieta.

En los 60 llegó la migración por desesperación, porque la tierra era difícil de trabajar. «Nosotros trillábamos con dos vacas», relata esta vecina. Pocos se quedaron, algunos fueron a pueblo de repoblación en el llano. Otros a Boltaña, a Aínsa, a Barbastro... Ella transita por el pueblo nombrando todos los oficios que ella conoció o el molino y la presa que trajo a su padre. Allí estaba la maestra costurera, acá la tienda donde pillaban los chicles, la escuela que es ahora la oficina de turismo, la casa que entre todos le hicieron al practicante y al profesor, el ágora de piedra donde se reunían para decidir los asuntos de la comunidad, esa vida rural casi extinta de un pueblo de unas 40 casas, donde habitan no más de 15 habituales, muchos mayores.

Rosa recuerda como bajo las ramas pacían los cerdos alimentándose de sus inagotables bellotas y en su era venteaban los cereales. Ella insistía pequeña en montarse en las caballerías. O se subía a la carrasca para imaginar que era su casa. «En una rama estaba la cocina y en otra mi habitación. Lo iba cambiando», recuerda. O si llegaban Marisol y Ángel bajaban para inventar historias sin fin inspirados por su energía.

Futuro

El premio a La Castañera puede suponer un impulso de progreso. «Estamos entre el Sobrarbe y el Somontano, Alquezar y Aínsa, en un corredor con posibilidades para diversificar a sus visitantes. El reto ahora es mejorar la carretera de Arcusa a Aínsa, que aún faltan unos tramos, la que une Ligüerre de Cinca con Mondot o la de Naval a Bárcabo, que aún es pista», indica Carmen Lalueza, alcaldesa de Bárcabo, al que pertenece Lecina.

Todos los vecinos se han involucrado en tener un pueblo precioso, de casas de piedra blasonadas, de altos muros entre oliveras y almendreras en flor. «Estamos expectantes para ver qué pasa el miércoles. Se nota que ha venido más gente. Queremos que se respete al árbol, evitar masificaciones», incide la edil.

También esperan que el reclamo turístico sirva para que alguien compre el restaurante que hace un año cerró al jubilarse su dueño o que potencie la casa rural y el camping. La falta de vivienda y negocio impide que lleguen más moradores, aunque esta semana un francés se ha empadronado siguiendo los pasos de una joven profesora de yoga y una pareja catalana que trae una gran noticia. Esperan un niño, el primer bebe de Lecina tras 37 años, que cuando crezca, quizá, pueda seguir soñando historias bajo La Castañera.