Fue intensa, en tiempo y triunfal. La carrera del Cipotegato que inició ayer las fiestas de Tarazona del 2018 quedará grabada en la memoria de los turiasonenses por el desparpajo de Sergio Motilva, el joven encargado de dar vida al personaje en esta ocasión. Su llegada, después de correr un cuarto de hora casi exacto por las calles de la ciudad, desató la apoteosis festiva encarnada en esta figura de arlequín. Encaramado a la estatua de la plaza de España, mandó durante unos instantes mágicos, dueño y señor del lugar, sobre una multitud roja, blanca y azul que imitaba sus gestos al unísono. Todo ello, con el permiso cómplice del tomate, el otro cacique de la fiesta de Tarazona que tiñó de colorado la jornada.

Aunque fue a las 12 del mediodía cuando comenzó el verdadero lío, los tambores de la fiesta ya empezaban a sonar horas antes y era fácil hacerse una idea de lo que vendría después. El aroma a carne a la brasa que desprendían los almuerzos festivos impregnaba unas calles que, poco a poco, se iban llenando de personas armadas con la munición vegetal que portaban en bolsas y cajas.

expectación / Una hora antes del momento, la multitud iba cogiendo su sitio en la plaza. Mientras, algunos tomates ya volaban de un lado a otro, de balcones hacia el suelo y viceversa. La fachada del consistorio aguardaba con un escudo de plástico mientras el Cipotegato se cambiaba en el interior del edificio. «Todos los de Tarazona hemos nacido para esto», afirmó orgulloso el joven de 22 años momentos antes de su recorrido, una carrera que hizo en memoria de sus abuelos y para la que perdió 30 kilos en su preparación. Conforme se acercaba el momento, la muchedumbre coreaba en la plaza cánticos referentes a un Cipotegato que, tras un grito colectivo de euforia, salió disparado de la puerta del ayuntamiento. El bólido rojo, verde y amarillo enfiló la calle Mayor mientras una intensa cortina de tomates volaba hacia su figura, dejando atrás a las miles de personas apiñadas en la plaza. Así, tras 15 minutos, volvía a aparecer, esta vez en volandas, por la entrada de la calle Doz. Flotando entre las gentes alcanzó la estatua que hace honor al personaje y, en ese momento, se ganó por completo a todos. Gestos de gloria y de agradecimiento que los asistentes respondieron generosamente, hasta llevarlo a la puerta del consistorio mientras lanzaba saludos y besos hacia todas las direcciones.

«Me dan ahora cambiar lo que hecho por ser cualquier cosa en el mundo y no la cambio» afirmó, rotundo, el joven nada más acabar su carrera. «En cuanto me he girado y estaba toda la plaza haciendo lo mismo que yo, ha sido increíble. Lo que nadie había conseguido lo he logrado hacer», señaló, emocionado, sobre la respuesta de la gente a sus retos gestuales. Con el pantalón roto, sin aire y rebosante de alegría, recordó una vez más a sus abuelos: «Ha sido el mejor homenaje que les he podido hacer», destacó. Poco después, las charangas abandonaban la plaza, seguidas de un reguero de personas que se dirigían a los bares y plazas de Tarazona. Allí aguardaban orquestas, gigantes y cabezudos, una fiesta de la espuma y otras muchas alternativas para completar una jornada única.