Ni siquiera es preciso irse a la playa para notarlo, aunque verdaderamente es en la cálida costa donde la cosa alcanza su cénit. Me estoy refiriendo por supuesto a la moda; o sea a la forma que tiene la gente guapa (e incluso la que no lo es tanto) de vestirse pero poco o de vestirse desvistiéndose o, si lo prefieren, de vestirse poniendo en valor lo poco que la ropa oculta. Es esa perturbadora marea de tops, minitops, camisetas, camisetitas, escotes de todas las marcas, miniblusas, minifaldas, microfaldas, microfaldas con abertura lateral (¡buuuf!), pantaloncitos, pantalones bajos, pantalones bajisimos (¡ayayay!) y todos los otros chismes que exhiben señoritas y señoras por doquier (que los varones están más limitados, salvo cuando lucen camisetas de tejido tecnológico para marcar musculito o se tatúan como maoríes).

Estas delicias visuales, que se agudizan en las alegres noches estivales, me plantean la duda razonable de si son, o no, la imagen que anuncia otras delicias (más físicas) posteriores. Así que he ido preguntando a todos los jóvenes que conozco. A ver, hijos míos, pecadores, decidme la verdad: ¿mojáis tanto y tan fácil como parecen indicar las previas exhibiciones corporales?

Y los más lúcidos (en realidad las más lúcidas) me han respondido que no, que una cosa es lo que parece y otra lo que en realidad es. Mira --me explicaban--, la gente más centradita cuando llega la hora de la verdad tiende a echarse para atrás, porque con esto del sida y demás no están las cosas para ir en plan de aquí te cojo, aquí te mato; y no siempre tienes a mano los adecuados medios preventivos... En cuanto a los más desmadrados, al amanecer están tan puestos de priva, pastillas, farlopa y similares que sólo valen para decir bobadas y caerse en la cama. O sea, que aquí se ladra mucho pero se muerde poco.

Qué tranquilo me he quedado, oigan. No porque yo sea un moralista ni nada parecido... ¡Sino porque estaba verde de envidia!