Con apenas 4 años, Iker Omedas empezó a tener un repentino dolor de piernas, vómitos, mucho cansancio y también fiebre. Su madre Nadia Rodríguez lo llevó a urgencias del hospital Infantil de Zaragoza y, a la espera de realizarle pruebas y conocer los resultados, le dijeron que estuviera tranquila, que quizás fuera una gastroenteritis aguda. Lo último que se le pasaba por la cabeza era que esos síntomas fueran motivados por una leucemia.

No olvida las fechas ni las horas, todo está guardado milimétricamente en su cabeza. «Llegamos a las 18.00 horas, era 31 de septiembre del 2014, y a las 21.00 horas todavía no sabía nada. A las 23.00 me dijeron que le iban a repetir la analítica y que se quedaba ingresado. Me quedé en shock», cuenta. Todo pasó «tan rápido» que, al principio y sin un resultado definitivo, no le dijeron con claridad que Iker padecía un cáncer. «Nos llevaron a la cuarta planta, la de infecciosos, y a la mañana siguiente me lo dijeron. Se me cayó el mundo encima», recuerda. «Ese momento de bajar de la 4ª a la 3ª, salir del ascensor y ver a la derecha el cartel de Oncopediatría no se me olvidará jamás. Me quedé impactada porque lo primero que vi fue a un chaval de 13 años, dando paseos por el pasillo, sin pelo. Se me partió el alma», asegura.

Rodríguez enseguida se lanzó a buscar información en internet. «Lo peor que se puede hacer», confiesa. «Los médicos me dijeron que la noticia era la peor que se le podía dar a una madre. Y lo fue. Tenían que encontrar aún el apellido del cáncer porque no sabían si era moderado o agresivo. Me puse a investigar y fue agobiante porque todo lo que leía creía que lo tenía mi hijo», cuenta.

Rango leve

Afortunadamente, la leucemia de Iker era de un rango leve y a comienzos del 2015 ya empezó a encontrarse mucho mejor tras varios meses de tratamiento. «Al principio todo es muy duro, a mitad se vuelve a ser más normal y el tramo final es lo más fácil. Lo importante es disfrutar cada momento de la vida», confiesa con desparpajo a EL PERIÓDICO este superviviente de 11 años. Superado el cáncer, Iker tiene revisiones y asiste a sesiones de musicoterapia en la sede de Aspanoa, donde él y su familia han encontrado la luz. «Nos ayudaron muchísimo. Ellos fueron quienes le contaron a él, en la habitación del hospital, lo que le pasaba. Hacen un trabajo que no se puede explicar y el apoyo, así como la ayuda psicológica, es inmejorable», señala Nadia.

Con el paso de los años, Iker empieza a mostrar ahora más sus emociones porque durante la enfermedad apenas preguntó al ser tan pequeño. «Un día en el hospital me cogió de la mano y me dijo: ‘Mamá, sé que tengo algo malo’», recuerda emocionada su madre. «El día que le corté el pelo lloraba y me preguntaba por qué tenía que hacerlo. Ellos saben qué algo pasa, pero ahora empieza a manifestarlo más», señala.

Todo el proceso ha hecho a Iker madurar mucho, que retomó las clases en su colegio de Escolapias Calasanz en cuanto venció el cáncer, aunque cada seis meses se somete a revisiones. «Ese momento siempre genera cierto temor por si hay una recaída, pero Iker está fuerte y es un guerrero», confiesa su madre.