No me extraña que la derecha ande cabreada con la política exterior de este país. Fíjense ayer: cumbre con los gabachos en Zaragoza (Zapatero, encantado de ir del bracete con Chirac), y en Madrid (¡Gallardón tenía que ser!) festival mayúsculo a costa de la copa Davis que nuestros tenistas les ganaron con insultante facilidad a los Estados Unidos. Así no hay forma de recuperar el bendito vínculo trasatlántico.

Ya perdonarán esta forma de entrar en materia. Desde que Aznar empezó a salir de sus reuniones con Bush hablando en tex-mex , algunas gentes han adquirido una visión del mundo y de las relaciones internacionales tan simplona que parece cosa de chiste. Sin embargo, éste es un tema complicado y en el que caben pocos entusiasmos ideológicos. Ayer mismo, tuvimos aquí un ejemplo de cómo las reuniones al más alto nivel entre dos estados vecinos y socios tienen un ritual tras el cual se esconden inevitablemente los intereses respectivos. Una cosa es ser amigos e incluso hermanos... y otra ser primos. Abrazos, parabienes y lo que sea gratis te lo dan con facilidad los aliados (en este caso los señores franceses); lo que cuesta dinero ya es harina de otro costal.

Pero a mí me ha gustado mucho esta cumbre hispano-francesa y mucho más que se celebrara en Zaragoza. Cualquier acontecimiento que traiga a la capital aragonesa a cientos de periodistas de fuera es una ocasión magnífica. No sólo por el Canfranc y el Vignemale, sino porque nos da la oportunidad de vender esta ciudad que es mucho más desconocida de lo que pensamos. En este aspecto, tengo la impresión de que las cosas se hicieron regular. No se entregó a los profesionales de los medios ningún material sobre la Expo (¡fundamental!), no se programaron acciones específicas para sumergirlos en las maravillas de Aragón, no se trabajó con ellos más allá de lo que tenía que ver con la propia cumbre; o sea, que nos quedamos una miaja cortos.

La próxima vez será. ¿O qué?