La maderera Litorsa es uno de los supervivientes de la Expo. A pesar de las dificultades, conservan el emplazamiento que ocupan desde su fundación, en 1987. En el 2008 tuvieron que hacer frente a un proceso de expropiación que borró del mapa prácticamente todas las empresas que se asentaban sobre la superficie del parking. En el caso de Litorsa, recibió la misma carta que el resto, a la que le siguió una negociación posterior. Finalmente, consiguió salir del paso, aunque le costó la mitad de su superficie. Un precio que, por el contrario, no hizo demasiada mella en el negocio: «Hacemos lo mismoque entonces», afirma David Giménez, gerente de la empresa. «Si perdimos negocio fue principalmente por la crisis, no por eso», añade.

De hecho, hoy recuerda positivamente este capítulo: «Aquí estamos bien. Muchos trabajadores son del barrio. Otros también vivimos en el centro y es muy cómodo», dice.Tampoco notan demasiado la influencia del rastro en sus inmediaciones. Cierran los domingos y los miércoles porque, según dicen, es el día más flojo. «No hay mucha gente, ni en los puestos ni clientes», apunta.

Junto a ella se encuentra Viveros Jara, que fue víctima de un proceso similar: «La obra fue caótica, estábamos rodeados, había cambios continuos... En el día a día nos afectó», recuerda Pepe Valera, gerente de la empresa. En los dos años que duraron las obras en el entorno pasaron muchos tragos amargos, incluidos problemas con la señalización y los accesos. «La gente no nos encontraba», afirma Valera, lo que se tradujo en graves pérdidas que a punto estuvieron de poner en peligro la viabilidad del vivero.

Pese a todo, se mantuvieron firmes en su ubicación: «Estamos muy bien situados, tenemos 20 hectáreas de cultivo a escasos mil metros, infraestructuras de carga y descarga... A cualquier sitio que nos fuéramos, íbamos a perder», reflexiona Valera. Y el tiempo les dio la razón. Hoy valora de forma positiva este proceso, ya que a la larga ha revertido en beneficios para la empresa. «Lo malo es que cuando terminó la Expo empezó la crisis, pero si no, los beneficios habrían sido mayores y más inmediatos», matiza.

En la misma dirección valora la presencia del mercadillo, que visita a ambas empresas los miércoles y domingos. «El rastro solo nos da algún cliente esporádico, pero no nos quita nada, así que solo puede ser positivo», estima.

Para el rastro, habitantes del parking desde el 2012, es una visión más fatalista. Esther Giménez, de la Junta de Vendedores Ambulantes, opina que las únicas ventajas que observa respecto a la ubicación anterior en el entorno del Príncipe Felipe son que «hay mucho más espacio y aparcamiento», aunque «estamos más alejados del centro y la zona no es amable». Son la cara y la cruz de los encargados de dar vida a un espacio que, sin ellos, estaría inutilizado.