Empezó ayer el Simposio de Hidrogeología, donde se ha de tratar el peliagudo tema de la gestión del agua, y la UCA celebra mañana (también en Zaragoza) una Jornada Nacional de Consumo y Servicios Sociales dedicada a los derechos de quienes utilizan tales servicios. No es que tenga nada que ver un acontecimiento con el otro, salvo porque en ambos se van a tratar asuntos del máximo interés; quiero decir cosas que importan mucho, que desde luego son más trascendentales para nuestra existencia que el supuesto debate sobre si el escudo de Aragón debe llevar o no las cuatro cabezas de moro, que a mí, hablando en plata, me importa un comino tanto si las quitan como si las dejan (una de esas cabezas, o una muy parecida, ha acabado en la bandera que enarbolan los nacionalistas corsos, pero no sé si allí la susodicha testa es de moro o de cristiano).

Qué va a pasar con el agua, cómo se van garantizar los derechos de la ciudadanía a disponer de unos servicios sociales adecuados... Esta es la madre del cordero, hijos míos. Pues si hablamos de la cuestión hidráulica, después de que fracasase (por fortuna) esa barbaridad económica y medioambiental que era el Plan Hidrológico Nacional (PHN) aún estamos esperando la articulación de una nueva política coherente; o sea, coherente con la ecología, coherente con las normativas europeas, coherente con los usuarios, coherente con el palo que supone inundar términos municipales y coherente técnicamente. En la última década, la Confederación Hidrográfica del Ebro y sus empresas asociadas ha medioconstruido unos pantanos lamentables, que se agrietan o que carecen de obras complementarias, y ha puesto en marcha proyectos que luego han sido anulados de cabo a rabo por los tribunales. Tal vez habría que modificar el escudo de Aragón pero sin tocarlo, conviniendo simplemente que las famosas cabezas son, a partir de ahora, las de algunos ex-altos jerarcas de la CHE, simbólicamente decapitados por chapuceros.