Son los héroes de una crisis sanitaria a escala mundial que ahora hay que proteger para que puedan estar preparados para atendernos. No hay político que se olvide de felicitarles, reconocerles el esfuerzo de estas últimas semanas y quizá solo falte pedirles disculpas por la sobreexposición a un coronavirus que, si algo ha demostrado es que es tan contagioso como impredecible. Mientras aprenden de él y su modus operandi otros, ellos son los que sufren las consecuencias de ese desconocimiento. Son los trabajadores sanitarios, desde el 061 a los médicos, enfermeros o celadores que conviven a diario con un virus que genera, aseguran, más «malestar o enfado que preocupación o miedo». Cada positivo detectado al inicio ha mandado a casa a unos cuantos de ellos. Su vía de entrada natural, las urgencias, sobre todo al inicio. Y ahora están mermados de efectivos, tanto que toca reforzar plantillas, suspender sus vacaciones o libranzas, y muchos de los que estaban en la bolsa de empleo no han querido entrar precisamente ahora.

Aragón no ha sido una excepción en esta evolución. La timidez inicial ha desembocado en medidas drásticas con la población como un estado de alarma en España que obliga a quedarse en casa cuando siempre ha sido lo más recomendable. «Ahora, lo que se haga, todo llegará tarde, pero todo se va a aceptar por parte de los ciudadanos, aunque sea una locura», explica un sanitario del hospital Miguel Servet.

Urgencias más vacías

Es uno de los trabajadores que, con la condición de mantener el anonimato, han accedido a exponer el día a día de estos héroes de una crisis inédita en España en los últimos años. Aprecian el efecto que está teniendo y confían en que la gente también saque alguna lección de este episodio. «El coronavirus ha acabado con la saturación en las Urgencias. Ahora cualquier día parece un domingo por la mañana», reflexiona un celador. Este combate contra el virus, asegura, todos lo tienen «interiorizado» en el centro, aunque «es inevitable que influya en el día a día», admite. Pero son conscientes de que se vive de forma muy diferente dentro y fuera.

A su labor se suma gestionar, con bata o sin ella, la «psicosis» instalada en la sociedad que quizá, reflexionan, sería más fácil de atajar si se siguieran sin rechistar las recomendaciones de los expertos. «Con lavarse las manos, con una frecuencia importante, mantener las distancias y si te encuentras mal abstenerse de salir de casa, ya sería suficiente. Pero la gente no se fía de que todos vayan a cumplirlo y entonces crece el miedo». Un temor que, explican, siempre se traduce en más trabajo para ellos.

Pero lo peor es que el coronavirus se convierte en el «monotema» de sus vidas «cuando saben que trabajas en un hospital». «Ves muchas veces esa risa nerviosa que denota desconfianza cuando igual debería tener más miedo de ellos que ellos de mí», relata otro empleado del hospital Clínico. «Ahora estamos atendiendo a todo el mundo con mascarilla -al principio no era así-, pero es más para proteger al propio paciente que por no contagiarte tú», apostilla.

Ahora sí se están adoptando medidas más serias en los centros. Por ejemplo, en el Miguel Servet «se ha habilitado una de las tres salas de observación en Urgencias solo para pacientes con síntomas de coronavirus, con más de 20 camas». Y con la planta 12 y 11 hay espacio suficiente para los que se quedan ingresados. «Pero no hay suficientes ucis preparadas» para un posible aluvión de contagios en la población de más riesgo, los mayores. En el Miguel Servet, por ejemplo, aseguran que hay 48 camas con todos los aparatos que se necesitan, más las de la sala de reanimación para aquellos que salen de una intervención quirúrgica. Pero depende de la virulencia con la que actúe pueden quedarse escasas en pocos días.

Pero asisten al constante cuenteo de cifras de contagios, de fallecimientos, en menor medida de quienes están recibiendo el alta médica... Y todos son números que copan titulares pero, aseguran, «dicen poco del alcance real que puede estar teniendo» y mucho menos «de que este virus va a ser imposible erradicarlo, tendremos que aprender a convivir con él». «Como pasó con la gripe A, que este año ha habido un montón de casos mucho más numeroso incluso que cuando era la novedad» pero ya no son noticia. Y todos creen que el alcance real de este coronavirus puede suponer «diez contagios más por cada caso que se detecta». «Habrá mucha gente que lo esté pasando sin darse cuenta, pensando que es solo una gripe, y fallecidos que por la edad o por tener una dolencia más grave habrían fallecido igualmente si hubieran cogido una gripe común», explican.

Pero la improvisación de las medidas alimentan una psicosis que igual se manifiesta con las compras compulsivas de estos días que con el afán de acaparar mascarillas. Tal ha sido la obsesión que ha provocado que para ellos, los sanitarios que sí las necesitan, ahora tienen que racionalizarlo con un control hasta ahora inédito, «son como el caviar ahora mismo». «Es imposible darle una mascarilla a todo el que entra por Urgencias y nosotros tenemos la obligación de ponérnoslas», exponen. «Ahora cada servicio tiene un registro donde se anota quién, cuándo y por qué se lleva una, se guardan bajo llave», relata otro. Y no en todas las ventanillas dan una a cualquiera que la pida, «impensable hace solo unos meses», apostillan, por el recelo de que no se dé un mal uso o porque alguien se las pudiera llevar a casa. En otras comunidades ya ha pasado, en Aragón no tanto.

Detrás de todas las cifras todos esperaban las medidas que ya se están dando. Quizá el estado de alarma ayude a seguir los ejemplos de Italia y, sobre todo, de China, porque sí que lamentan que en todo este tiempo se haya caído en el error de «decir un día que estás lejos de adoptar medidas que luego toman 48 horas después, que sabemos todos que van a tener que tomar», lamentan. Y quizá con ellas, por muy drásticas que sean, se aceptan mucho mejor que las de «prohibir entrar al fútbol pero no ver los partidos todos juntos en el bar». Esas contradicciones a las que la gente no acertaba a entender explican que ahora por más que se pida a todos recluirse en casa, o evitar las salidas que no sean indispensables, y se acepte sin rechistar. «En China funcionó y lo mejor es aplicarlas cuanto antes, porque su eficacia no se demostrará hasta dentro de unos meses», afirman.

Queda por hacer contra este coronavirus, pero ahora creen estar un poco más cerca.