«La primera vez que vi a Nicolasa, mi pensamiento fue algo parecido a ‘¡mierda!’. No tenía palabras para expresarlo exactamente». El veterinario Alberto Cortés recuerda así, con gesto severo, la sensación que tuvo al ver el estado de la osa del minizoo del parque Bruil por primera vez. Un animal «tan guapo, tan majestuoso, tan precioso; pero con el ojo así, en una esquina llena de fruta podrida... ». Nicolasa, que llegó a estar unos 25 años en la capital aragonesa, sufrió durante toda su estancia el maltrato de algunos y el descuido de sus responsables municipales, que no se preocuparon por cuestiones básicas como alojarla en un espacio adecuado, su salud, su higiene o su alimentación. Nicolasa, uno de los primeros animales que llegó al minizoo, fue la última en abandonar este sonrojante espacio un cuarto de siglo después; una superviviente con una triste historia.

Para entender su recorrido, si alguien puede explicarlo es Cortés, quien, tras conocer el caso, se ofreció voluntariamente al ayuntamiento para aplicar cuidados básicos al animal. Lo hizo después de trabajar en el parque Rioleón de Tarragona, donde había osos, y tras regresar a su ciudad natal.

Tuerta y quemada

En paralelo, y décadas antes, la osa había llegado desde Barcelona, todavía como cría. Gran parte de su tiempo en la ciudad compartió un cubículo mínimo con otro congénere, Juan, con el que tuvo en varias ocasiones oseznos. Una descendencia que, por cierto, murió a manos del macho. Precisamente, Juan también sucumbió a este minizoo -al igual que otros animales como los leones o el jabalí, que cazaron los vecinos- y dejó sola a Nicolasa.

Su estado, con el paso de los años, cada vez era peor. «Quedó tuerta de un perdigonazo y sufrió muchas quemaduras de colillas. Algunos vecinos, con buena voluntad, le llevaban hortalizas y alimentos de ese estilo, lo que había sobrado de casa… y otros, con mala intención, una manzana con una piedra dentro y cosas así», rememora Cortés. El veterinario, al pensarlo, destaca: «La humanidad es muy mala».

De esta manera, conoció a Nicolasa «cuando ya estaba mal» y enseguida pensó qué opciones tenía para mejorar su existencia. Desparasitarla fue la primera de ellas y también logró que se llevaran a cabo otras, como la instalación de una malla metálica que aislara algo mejor a Nicolasa de los visitantes. También, se encargó de analizar sus heces para conocer mejor su estado de salud o suministrarle vitaminas.

Ya entrados en los años 80, hubo un movimiento social que empezó a preocuparse por la deplorable situación de la osa. «Empezó a mover el tema la Asociación para la Defensa y Prevención de la Crueldad contra los Animales (Adpca), que surgió entonces, más o menos», rememora Cortés, a la vez que se acuerda también de «otro grupo de chavales de 13 o 14 años que publicaban la revista La osa sobre ella».

Intentos de traslado

Antes de su traslado, señala que hubo otros intentos, como el que pretendía llevarla a Panticosa, lugar que se desestimó, a pesar de ser idóneo, porque resultaba imposible su vigilancia y porque era de muy difícil acceso. También explica que se pensó en moverla donde se ubicaba la antigua Pegaso. Evaluaban recuperar la idea de construir un zoo, pero el proyecto se quedó en agua de borrajas.

Cortés estima que, dadas las penalidades que pasó la osa, difícilmente podría distinguir entre buenos y malos. Sin embargo, de lo que más se acuerda es de su reacción cuando charlaba con algún responsable municipal frente a la jaula: «Estabas allí, con el encargado de Parques y Jardines, y era de las pocas veces que veías que no estaba haciendo el ritual de dar vueltas y vueltas. Se sentaba cerca, se cogía a los barrotes y se quedaba allí. Yo siempre he pensado que, en ese instante, pensaba que estábamos hablando de ella y tenía interés ».

Salió de Zaragoza al parque Rioleón en 1984. Allí, aunque aislada del resto de osos, regeneró su piel y su aspecto mejoró. Vivió en ese entorno unos cinco años más. En ese tiempo no abandonó el ritual de dar vueltas sobre sí misma, un sello de su cruel pasado en una ciudad que, ahora, reconoce su responsabilidad con una placa contra el maltrato animal donde malvivió Nicolasa.