Javier fue diagnosticado de glaucoma hace más de 20 años. "Tendría algo más de 30", recuerda. Fue en una revisión rutinaria con el oculista. Javier, que padecía miopía, se encontró con una noticia inesperada. "Me dijeron que tenía la tensión ocular alta y me preguntaron si tenía antecedentes familiares porque, al parecer, esta enfermedad es hereditaria en muchas ocasiones En este caso, la respuesta fue afirmativa, ya que la madre de Javier también la sufrió.

La sorpresa fue mayúscula. "No tenía síntoma alguno ni dolor", asegura Javier, que no padeció las consecuencias de la enfermedad hasta pasados los 50. "Tenía que ponerme unas gotas para bajar la tensión de los ojos, pero fue a los 54 cuando empecé a perder visión en uno de ellos de forma progresiva".

Manchas oscuras

La pérdida se traducía en la aparición de manchas oscuras en el campo de visión que cada vez afectaban más a la visión de Javier. "Iba avanzando hasta que me dijeron que se había disparado y que me iban a pasar con un especialista que confirmara la necesidad de operar", recuerda Javier, que no dudó. "Me advirtieron que, en caso de no pasar por el quirófano, podía haber perdido la visión total con el ojo izquierdo en un periodo no superior a cuatro o cinco años".

Así que no hubo duda. "Me explicaron los pros y los contras de la intervención y que se trataba, no de curar porque no tiene cura, sino de impedir que fuera a más, aunque en ningún momento te ofrecen garantía absoluta. Claro que cuando te dicen que si no te operas perderás la visión en poco tiempo lo tienes claro". El paso por el quirófano cumplió con el objetivo.

La intervención consistió en una incisión en la pupila y la perforación del ojo en busca de una "válvula de escape" para la presión ocular. En otros casos se realiza una operación a través de láser.

Ahora, Javier ve poco con el ojo izquierdo, aunque la pérdida se ha detenido. El derecho, también afectado, no ha sufrido carencia. "No pierdo visión y eso es importante porque, aunque el deterioro continúa, este se produce a un ritmo muy lento". De hecho, su presión ocular en la actualidad es "similar a la de cualquier persona normal" y, aunque Javier asume que la visión perdida ya no la recuperará, asegura sentirse "contento" porque "puedo hacer una vida completamente normal, así que no me puedo quejar".