Hubo un tiempo en el que los vecinos de Zaragoza salían a la calle para pedir que los tanques no pasaran por sus calles, por el ruido que hacían y porque destrozaban sus calzadas. Y se conseguía. Una época en la que un barrio entero se movilizaba unido porque sus casas estaban rodeadas de barro porque no había red de saneamiento, ni urbanización, ni calzadas y alrededor la industria decoraba todo el paisaje. Es la historia del Picarral la que estos días se pone de actualidad al cumplir 50 años. Medio siglo de historia de la que fue la primera asociación vecinal urbana de la capital aragonesa (en Casetas, barrio rural, ya la habían creado). En un barrio que ha pasado de los 500 habitantes de entonces a los 30.000 de ahora. Y que ha sido cantera de políticos aragoneses, como el actual presidente de las Cortes, Javier Sada.

Era 1969 cuando un grupo de ciudadanos, ocupantes de los primeros bloques de viviendas que se había construido en una zona industrial en la que carecían de múltiples servicios esenciales y convivían con contaminación, escombros y ratas, lograron que el Gobierno civil, en plena época franquista, les permitiera reunirse y constituirse bajo la denominación de Asociación de Cabezas de Familia del Picarral. Entonces reunirse era sospechoso y hacer política, saltarse la ley. Llegó a estar seis meses suspendida por eso precisamente, «por hacer política». «¿Qué se creían que veníamos a hacer chocolate?», bromean hoy en el barrio.

Pioneros

Son un referente de la lucha vecinal en la zona más industrial de Zaragoza. Antes no había equipamientos, ni colegios ni centros de salud, entre otros servicios esenciales. Hoy perviven con la «huella de Aceralia», por suerte para ellos ya lejos de allí, pero con la que conviven como una gran cicatriz urbana «que se tiene que cerrar» lo antes posible. Así lo explicaba esta semana, en declaraciones a este diario, Juan José Jordá, presidente de esta asociación en cuatro ocasiones, que destaca que este colectivo fue «pionero en muchas cosas» para otras entidades que surgieron después en Zaragoza.

El contraste entre hace 50 años y la actualidad es abismal. Lo suyo les ha costado. En 1969 «no había servicios, ni equipamientos, ni aceras, ni red de alcantarillado y el agua potable a duras penas pasaba del segundo piso. Solo había barro y estábamos rodeados de fábricas, algunas de ellas contaminantes y casi todas muy molestas. Quitaban los campos para construir pisos y más pisos para trabajadores de la industria. No había centros sanitarios y solo un tranvía que conectaba la catedral de La Seo con la Academia General Militar, pero para ir hasta ella y sin parada en el barrio del Picarral», relata Jordá.

«Hoy tenemos tres colegios, dos institutos, un centro de formación, seis líneas de autobús -incluida la 36 que tantas protestas acarreó en su día para reivindicarla-, y es un barrio urbanizado, con todos los servicios y con zonas verdes, un centro de salud y otro de especialidades de referencia como es el Grande Covián, y muy cerca un hospital, el Royo Villanova», apostilla el expresidente de la asociación.

Unidos en la protesta

Pero en este medio siglo de vida de esta asociación hay una protesta que les dio nombre y fama, la expulsión de los tanques que recorrían la actual avenida San Juan de la Peña «todas las noches». Se hicieron escuchar y salieron victoriosos frente al Ejército y un campo de maniobras como el de San Gregorio que sigue siendo su vecino. Al principio fueron a pedir que los llevaran por otro lado, porque eran peligrosos y muy molestos. La primera respuesta que recibieron fue, literalmente, «no habrá ningún accidente si alguien no lo provoca». «Y 15 días después un tanque arremetió contra un autobús». «Se levantó el barrio contra ellos», rememoran hoy.

Hoy es una anécdota pero entonces les unió a todos. Los balcones se poblaron de carteles de Tanques fuera, se manifestaron a una sola voz cuando, en lugar de informarse por la televisión, los vecinos se enteraban de todo por la furgoneta y el megáfono que les ponía al día. El logro de que salieran de allí les espoleó y les dio fuerza para seguir. Luego llegaron la estación, la mejora medioambiental de la zona y una solución a una industria de la que hoy solo quedan dos firmas. Y la principal salida, la que más se celebró, fue la de Rico Echevarría. «Aunque todavía queda su huella», lamenta Jordá.

Llevaron sus reivindicaciones a las fiestas del barrio, las sacaban a la calle. Y también esa unidad, en ese tránsito de la democracia, les llevó a buscar una mejor convivencia con las empresas industriales, que pasaron de ser enemigos a vecinos gracias a la inversión que por fin aceptaron hacer para reducir los malos olores y la contaminación. «Cambiaron sus directivos y cambió todo», dicen.

Pero la reivindicación sigue y faltan más cosas: «las mayores carencias son de tipo cultural y recreativo. Nos hace falta un centro infantil y de juventud, una biblioteca y un centro cívico», remarcan. No son tanques, pero el Picarral ha demostrado ya que cuando se pone, puede conseguirlo todo.