La complacencia habría tomado asiento en el avión que desplazó ayer a la expedición del Barça a Liverpool de no mediar el recuerdo de un fantasma. La debacle de Roma se corporiza incluso en las situaciones más ventajosas. El viento sopla muy a favor en la vuelta de semifinales de la Champions este martes en Anfield (21.00 horas) y, aun así, el eco de la tragedia romana resulta audible.

La complacencia, pues, no facturó maletas pese al 3-0 del Camp Nou. Ni se coló en el autobús cuando la expedición barcelonesa aterrizó en el aeropuerto John Lennon, aunque al tiempo que el avión cruzaba el canal de la Mancha Jürgen Klopp confirmaba a los medios que Mohamed Salah no disputaría el encuentro.

Bajo los protocolos de la FIFA, un futbolista con una contusión en la cabeza debe reposar al menos seis días. Mientras llegará a tiempo para jugar el último partido de la Premier el próximo fin de semana, se perderá el que presumiblemente será el último partido de la Champions. Tampoco lo hará el brasileño Firmino, que no se ha recuperado de su lesión muscular. Ni Keita, fracturado en Barcelona. Y falta por ver qué pasa con el central Van Dijk, ausente del entrenamiento de ayer en Melwood.

Demasiadas adversidades concentradas en el bando de los ingleses y que Klopp asumió con la risa de la fatalidad. Reír antes que llorar. «Esto es fútbol y hay esperanza», dijo poniéndose serio, en un intento de alentar el espíritu con el que conviene a los suyos afrontar esta desigual resolución de la semifinal europea. Ernesto Valverde, fiel a su estilo sobrio, adoptó la obligada actitud de que no se fía un pelo y que Anfield es mucho Anfield. «Los partidos hay que jugarlos. Nada está escrito. Hay que escribirlo».

Fijadas las posiciones, cada uno en su sitio, un entrenador tratando de arañar optimismo y el otro promoviendo cautela, la realidad es que el FC Barcelona se encuentra en una posición inmejorable para repetir una final a la que no accede desde la temporada 2014-2015, cuando alzó la orejuda al derrotar a la Juventus (3-1).

EL FACTOR MESSI

Mientras el Liverpool contrapone Anfield, el Barcelona exhibe un Leo Messi imponente, que suma 26 goles ante los equipos ingleses y cuyo tercer tanto en la ida se recuerda como el paradigma de sus infinitas posibilidades de acallar a la más ruidosa de las aficiones. La ilusión puede transportar a cualquier equipo muy lejos. Pero con un Messi inspirado delante, ni el natural optimismo de Klopp se proyecta esta vez por los márgenes del río Mersey. Este Liverpool tiene ahora mismo la mirada estrábica. Un ojo pendiente de la Champions y el otro, el ojo director, en la Premier, pendientes de un tropiezo del Manchester City. No se sabe cuál de los dos retos parece más improbable. En Barcelona la mirada está fijada en el Wanda Metropolitano, sede de la final el 1 de junio. No se mira hacia otro lugar desde que el equipo realizó el primer entrenamiento de la temporada, desde que Messi cogió el micrófono y habló, desde que Valverde contestó a la primera de las infinitas ruedas de prensa.

Se diría que el club azulgrana y su entorno solo palpitan para el trofeo continental. Exagerando, ha parecido a ratos que el resto de competiciones servían en esencia para mantener el equipo a punto y a la opinión crítica, orillada y en reposo.

La ausencia de Dembélé, cuya musculatura no para de emitir señales de fragilidad a lo largo de la temporada, parece un parte médico minúsculo en comparación con la competencia. Su participación inicial se antojaba ímprobable, aunque Valverde posiblemente le habría utilizado en la segunda parte aprovechando los espacios. La incógnita es si juega desde el principio con el discutido Coutinho, por quien el Barça, curiosamente, deberá pagar unos cinco millones al Liverpool si levanta la Champions como parte de los extras de su fichaje, o por el contrario apuesta por Semedo y Sergi Roberto.