"Como decía el grande vecchio, nuestro querido e inolvidable Enzo Ferrari, es fácil, muy fácil, levantarse por la mañana siendo campeón del mundo; lo difícil es demostrar que se es merecedor de ese título, un digno campeón".

Luca di Montezemolo, el gran jefe de la fábrica Ferrari, el heredero espiritual de la leyenda, expresaba así hace cuatro días sus sentimientos hacia el más grande de todos, Michael Schumacher, el alemán que, a sus 35 años, acaba de conquistar su séptima corona mundial de F-1 el mismo día que la scuderia disputaba su gran premio número 700 en un trazado mítico para todos como es el de Spa-Francorchamps. Allí debutó Schumi hace 13 años --el káiser no es supersticioso o, si lo es, lo esconde como el resto de defectos, si los tiene-- y allí ganó el alemán, ya con Benetton, su primer gran premio. Era 1992.

Ya no queda elogio, adjetivo ni piropo que lanzar sobre la persona, la carrera, el perfil, la historia de Schumacher. Sencillamente, es el mejor de los mejores. Sus números lo demuestran. Cierto, está en Ferrari pero, como reconoce el italiano Jarno Trulli, "Michael posee el mejor coche, está en el mejor equipo y todo está a su favor, pero él pone el resto, él logra lo que otros no consiguen: no fallar jamás". "Ni siquiera yo he sido capaz de superarle esta temporada", señaló Rubens Barrichello.

Toda una marca

El dominio de Schumacher no es sólo el dominio de Michael, el esposo de Corinna, el padre de Ginamaria y Mick, sus dos hijos de cinco y dos años, respectivamente. El dominio de Schumi es el dominio de toda una marca, de todo un equipo, de toda una escudería compuesta por el mejor staff jamás contratado. Todo empezó con el fichaje del alemán en 1996 por decisión del grande vecchio , que encargó a Jean Todt, el gran hacedor de milagros en el mundo del motor --ha ganado todo lo que se ha propuesto: Mundial de rallys, 24 Horas de Le Mans, Dakar, F-1--, conjuntar el mejor equipo del mundo.

A Schumi se unió Ross Brawn, el técnico, el estratega que le hizo ganar en Benetton. Y, para completar el equipo, cuando ya tenían convencido al ingeniero de motores italiano Paolo Martinelli, viajaron en un jet privado los tres --Schumacher, Todt y Brawn-- a Tailandia, donde se había retirado, tras un matrimonio idílico, el proyectista Rory Bryne. Fueron a convencerle y les costó un montón de centenares de millones de pesetas. Pero se fue con ellos. Y, dicen, que los cuatro hicieron un pacto secreto, aquél con el que toda la F-1, incluido Alonso, sueña que se cumpla: cuando se jubile Schumi , nos jubilamos todos.

"Hay varios motivos que justifican esta prodigiosa racha de Ferrari, de Schumacher, pero para mí el fundamental es que hemos sido capaces de hacer un gran equipo, un gran staff y, mejor aún, mantenerlo unido. Nuestros hombres claves han resistido un montón de tentaciones", explicó ayer Brawn, convencido, ya desde ayer, que "Michael conseguirá el pleno, el grand slam, en el 2005, pues nuestro próximo coche también se lo permitirá".

"Puede que yo sea el primero, el más visible, de los 800 artífices de este triunfo, que debo compartir con cada uno de los trabajadores de nuestra fábrica y de la Gestione Sportiva", dijo ayer el alemán, que reconoció, al igual que hizo Jean Todt, que "el éxito se debe a la dura disciplina que existe en este equipo y al hecho de que no nos acostumbramos a ganar. El día que no celebremos la victoria como si fuese la primera, seremos presa de los otros equipos".

El contrato de Schumacher concluye a finales del 2006. "Me siento muy querido y protegido, y quiero que todo siga igual". Igual de fácil. "Ojalá siga de por vida con nosotros", añade Montezemolo.