De unos años a esta parte, en la era de Agapito Iglesias, al que no es difícil imaginar con una media sonrisa observando los acontecimientos desde su cómoda atalaya, el Real Zaragoza es un club tremendamente débil. Cualquiera, incluso con un inofensivo tirachinas, le haría daño si así se lo propusiera. Ese estado de fragilidad histórico, más los 113 millones de euros de deuda reconocida después de un concurso, que no hay mejor forma de cuantificar la debilidad, es el abrumador peaje que la sociedad aragonesa está pagando por la pésima gestión del soriano. En estos últimos días, de paz y confraternización, Movilla, Paredes y José Mari decidieron ir a la guerra contra el Real Zaragoza, que no los quiere en su plantilla, a través de una denuncia por impago y una estrategia milimétricamente diseñada de viejos y astutos zorros.

Perro viejo no ladra en vano y Movilla y Paredes, especialmente ellos dos porque José Mari está ahí como invitado, conocen como ninguno y desde dentro lo fácil que es hacer temblar las estructuras de este club. Ese es el camino que eligieron como respuesta al deseo de la SAD de prescindir de sus servicios. Exigir jurídicamente el dinero que les pertenece, y donde la razón les asiste, pero sobre todo generar tanta desestabilización como fuera posible reclamándolo. El que crea que lo que buscaban era simplemente cobrar esos miles de euros de nómina es que es un ingenuo sin remedio.

El totum revolutum que se ha organizado con la denuncia no es mayor ni menor que otros líos anteriores en la era Iglesias. Desgraciadamente lo anormal se ha convertido en habitual y nadie duda de que seguirá siéndolo. En este caso, al que pronto otros sepultarán, lo terrible no es que los denunciantes no entren en los planes de la entidad --esa es una medida acertada desde el punto de vista deportivo y solo equivocada en las formas y los tiempos-- sino la nueva y triste constatación de que con Agapito no hay remedio. Tras decenas de despidos y recortes --aprobados por él, no seamos bobos--, el propietario sigue sin poder abordar los pagos en su momento debido y mantiene al club al borde de un precipicio económico que amenaza el futuro como nunca lo podrán hacer ni Movilla ni Paredes ni José Mari. Eso es lo que debería soliviantarnos de este barullo, no un enfado organizado de tres jugadores que en nada se irán como han elegido: a denuncia limpia y alguno tirando por tierra su palabra y perdiendo una ocasión de oro para ser como decía que era. No otro más.