Pueden quedarse con la madre de las caídas. Pueden retener en su mente el frenazo desesperado (se le acumuló el trabajo en la curva más inoportuna ante los rivales menos adecuados en el momento más desesperado) de Jorge Lorenzo, que provocó la caída, en el GP de Cataluña, de Maverick Viñales, Andrea Divizioso y Valentino Rossi. Sí. Pueden hasta lanzar algún que otro ‘meme’ sobre el hecho de que Lorenzo, que atraviesa una gran crisis al no hacerse (aún) con su Honda, ha convertido ya, con este tremendo strike, en el gran favorito del campeonato a Marc Márquez, su compañero de equipo. «Esto sí es un auténtico dream team», rugían anoche las redes.

Pueden bromear sobre esas circunstancias o, insisto, quedarse como noticia del GP con esa caída de la que escapó Marc Márquez «pues, en cuanto vi que a Dovi se le acumulaba el trabajo al llegar a la curva 10, decidí soltar frenos y escapar; si no escapo, el que palma soy yo». De nada sirvió que Lorenzo pidiese perdón. Hasta él mismo, que en el 2017 fue derribado con el mismo ímpetu por Iannone en esa curva, aseguró que «nadie le devolverá los puntos a los tres pilotos que he tirado; pero, insisto, esa curva está maldita, es un embudo».

Yo, de todas formas, les voy a proponer algo mejor: disfruten de lo ocurrido en Montmeló, en un día maravilloso, donde 91.734 apasionados seguidores vieron coronarse, por vez primera, a un chavalito de Conil de la Frontera, Marcos Ramírez, como el 45º ganador español de un GP. Que disfrutaron con el tercer triunfo consecutivo en Moto2 del hermanísimo, Álex Márquez (Le Mans, Mugello y Montmeló), cosa que solo logró el portugués Miguel Oliveira (KTM) en el 2017. Y, por supuesto, con la cuarta victoria (Argentina, Jerez, Francia y Barcelona) en siete carreras y con el sexto podio (segundo en Catar e Italia) del hombre récord, Marc Márquez Alentá.

La madre de todas las caídas no puede tapar una jornada maravillosa, en la que el motociclismo español logró su triplete nº 32. La furia, las ganas, la necesidad, el ímpetu demostrado por Ramírez en la última vuelta («yo le he visto muy decidido y determinante, y he preferido no pelearle la victoria pues los 20 puntos del segundo puesto me destacan en el Mundial», reconoció Aron Canet, que le perseguía) y la estrategia, la sabiduría, la experiencia y la picardía de Álex Márquez. Además, no lo olvidemos, Marc hizo otra demostración de su clase y poder, logrando la victoria nº 74 de su brillantísima carrera y poniéndose a solo dos triunfos del mítico Mike Hailwood (90 tiene Ángel Nieto, 115 Valentino Rossi y 122 Giacomo Agostini).

«Jugamos muy fuerte nuestras cartas porque sabíamos que tanto Mugello como Barcelona no nos eran favorables», comentó Márquez, que apostó por el neumático delantero duro «para tirar desde el inicio y soportar el arranque de Quartararo» y montó blando detrás «para no perder agarre en ningún momento».

Les diré que el 80% de los 91.734 presentes en Montmeló pensamos que hubiese ocurrido lo mismo con todos en danza. Hasta ellos lo pensaban. ¿Por qué? Porque Márquez lleva siete primeras filas en los siete grandes premios que se han corrido; seis podios y cuatro victorias. Y porque, de las 166 vueltas que se han dado en Catar, Argentina, EEUU, Jerez, Le Mans, Mugello y Montmeló, ¡ha liderado 111 giros! Y, encima, ayer, que tenía en peligro el récord del ganador más joven de la historia en MotoGP, con 20 años 63 días (Quartararo ayer tenía 20 años 57 días), se fue a dormir con el palmarés entero, sin mordisco alguno. Y, encima, tenía ganas de dedicarle una victoria, en persona, a Lucía Rivera, que la presenció, en vivo y en directo, y la celebró, a pie de podio, con mamá Roser.