El Deportivo está tocado. Muy tocado. Demasiado. Sin ideas, sin capacidad de sufrimiento y con una defensa que se desmorona como un castillo de naipes. El equipo de Irureta fue humillado ayer por un Valencia letal. Desde mayo de 1998 no perdía dos partidos consecutivos en Riazor. Y hacía también mucho tiempo que no mostraba el Deportivo una imagen tan triste, tan patética, tan impropia de un club con aspiraciones. Su decadencia constrastó con la autoridad valencianista.

Augusto César Lendoiro ya no puede disimular la crisis de un Deportivo debilitado y envejecido. No fichó el presidente deportivista y el equipo no funciona. La marcha de Naybet ha debilitado la defensa y sin Mauro Silva, lesionado, es un grupo acéfalo, sin criterio. En el Valencia, en cambio, optaron por un cambio radical. Se fue Benítez y llegó Ranieri. Y, con él, cuatro italianos. Uno de ellos, Di Vaio, tiene mucha pegada.

El Valencia toca lo justo. Prefiere un fútbol mucho más directo y vertical que elaborado. Perfecto ante equipos inseguros, impotentes como el Deportivo, que empezó con mucho brío pero que se apagó inmediatamente. Todavía encajó el primer golpe de Corradi, pero se hundió tras el segundo gol de Di Vaio. En los últimos nueve minutos de la primera parte recibió otros dos goles y se hundió en la desidia.