El jueves, al final de concierto del pianista Marco Mezquida, cuando ya creíamos haber escuchado todo, va el tío y aborda Something Something(una de las grandes composiciones de George Harrison para The Beatles) y nos vuelve la cabeza del revés. El muy canalla recreó esa pieza con una imaginación, ejecución y brillantez increíbles, de tal suerte, que diría un francés, que ahí estaban el espíritu de Harrison, sí, pero también reflejos del clasicismo romántico, de ragtime, de las creaciones de Keith Jarrett y del mismísimo Bach. Y todo, claro, fluyendo gozosamente, sin forzar el diálogo intermusical. No hablo de un corta y pega, no; me refiero a una creación de nuevo cuño lograda por el método Mezquida: pasear una canción por territorios diferentes, pero conservando el pulso original. ¿Quieren más?

No hubo más porque había llegado la hora de cerrar el Centro Cívico Universidad, al que la municipalidad ha impuesto horario de Cenicienta (hasta las 20.00 horas), no vaya a ser que el artista de turno se convierta en calabaza. En el escenario de ese centro fue donde actuó Marco Mezquida abriendo espectacularmente el novísimo e interesante ciclo Piano Piano, una nueva oferta sonora en tiempos de pandemia que quiere explorar las posibilidades del instrumento. Bien, pues antes del mencionado apoteosis final, Mezquida, en solitario ante las 88 teclas y las más o menos 230 cuerdas del piano, facturó una actuación de bandera, que sin duda merecía el colofón que tuvo.

Abrió el concierto con una improvisación de más de 40 minutos, toda una arrebatadora suite en la que técnica y talento se fundieron en un paseo singular por lo clásico, lo contemporáneo, el jazz, el rock y el folclore. Y es que Mezquida tiene tanta música en su cerebro que si no la saca le reventarían las costuras. La muestra con una digitalización prodigiosa que no oscurece el sentido de la interpretación. Juega con el teclado, pero también interviene directamente sobre las cuerdas haciendo sonar el piano como un instrumento diferente. Sabe la importancia de una construcción sonora bien enhebrada, pero no olvida el valor de los silencios. Experimenta con la dinámica; avanza y retrocede en recorrido sin que la pieza pierda interés; transforma lo antiguo en nuevo; lo recién creado, en clásico; lo popular en escritura de gran salón, y la notación solemne en partitura festiva.

Tres piezas propias (entre ellas No passis pena, la que abre su reciente disco Talismán, registrado en trío) con guiños a Egberto Gismonti, y una incursión en Bach completaron el programa que ofreció. Salimos del concierto como si nos hubiese tocado la lotería; felices como perdices pensando cómo administrar doble premio: el proporcionado por Marco Mezquida y el que nos dio un ciclo tan necesario como excelentemente inaugurado.