Las matemáticas son una asignatura fundamental que a veces genera frustraciones en su aprendizaje. Sin embargo, son clave para el desarrollo integral de las personas desde la perspectiva del humanismo. Así concebidas, dejan de ser una barrera que separa a unos estudiantes de otros y se convierten en una oportunidad de sumar valores formativos, mejoran la forma de pensar y hacen disfrutar de los retos que suponen.

«Yo pensaba que mi madre estaba loca. ¡Llevar todos los sábados a mi hermano Álvaro a hacer matemáticas! ¡Pobre, menuda tortura! Pero ahora lo entiendo todo, es que esto no es como me imaginaba, se lo pasa en grande».

El que habla así es Adrián, de 20 años, estudiante de Magisterio y uno de los colaboradores habituales, desde hace dos años, de los talleres los que organiza la Sociedad de Estudios sobre el síndrome de Down (Sesdown). Esta entidad colabora con la Universidad de Zaragoza en el proyecto europeo Eramus+ Anfomam: Aprender de los niños para formar a los maestros en el área de Matemáticas. Esta iniciativa es uno los proyectos apoyados por la Fundación la Caixa y CaixaBank a favor de las personas con este tipo de discapacidad.

Álvaro, de ocho años, es el hermano pequeño de Adrián y tiene síndrome de Down. Acude a estos talleres desde los cuatro. Su madre, Ana, es una entusiasta maestra de Primaria que apuntó a sus dos hijos al proyecto, uno como usuario y otro como monitor.

Cada sábado, Álvaro se embarca en una aventura junto con quince niños con síndrome de Down y otros tantos monitores, voluntarios como Adrián, que aprenden a la vez que enseñan y dejan atrás una visión de las matemáticas reservada a las personas más capaces. Sus familias están convencidas de que la fuerza educativa del álgebra o la geometría pueden ayudar a sus hijos tanto o más que el fútbol, la natación o el teatro.

Situándose en la intersección de dos caminos, recorriendo las rectas que marcan la distancia más corta entre dos puntos, observando las distintas aperturas de un abanico o descubriendo las huellas planas que dejan en la arena los objetos tridimensionales, los niños con síndrome de Down aumentan su consciencia del mundo.

Comparando la longitud de sus espadas pirata, midiendo la distancia que hay desde su nave hasta un planeta usando varas galácticas u ordenando los jardines de una ciudad según su superficie, van desarrollando ideas en su mente que les ayudan a pensar mejor. Jugando a ser exploradores, artistas de circo, inventores o deportistas olímpicos encuentran sentido a las tareas que se les proponen y se acercan a unas matemáticas íntimamente conectadas con el mundo que quieren conocer y descubrir.

Contar historias, jugar, afrontar retos, superarlos, crear… son actividades propias de las matemáticas que los hacen disfrutar, ser más felices y plenos. Sumergir a los niños con síndrome de Down en una atmósfera donde todo esto está presente, les hace poner en juego todas sus capacidades, les ayuda a estar más despiertos y a crecer. Por eso tiene sentido creer en ellos y buscar caminos para acercarles las matemáticas. Este es el proyecto en el que Sesdown está trabajando desde hace siete años.