La perspectiva del decrecimiento vio la luz, hace un par de décadas, en Francia y en Italia. Aunque la mayoría de los estudiosos que han contribuido a difundirla trabajan en esos dos países, ni en el uno ni en el otro se ha progresado en demasía en la aplicación de los principios correspondientes. En el mundo anglosajón, en el que no hay un término unificador como el que aporta la palabra decrecimiento en las lenguas románicas, las teorizaciones son, en cambio, más escasas. Y, sin embargo, en ese mundo hay un activo movimiento, el de las ciudades en transición, empeñado en sacar adelante dos elementos importantes de la filosofía decrecentista: el desarrollo de las economías locales y la reducción del consumo de energía.

En lo que a España respecta, las ideas decrecentistas llegaron allá por 2007-2008, al amparo ante todo de las traducciones de las obras de Serge Latouche y medio solapadas con la crisis llamada financiera. Aunque los movimientos declaradamente decrecentistas son débiles entre nosotros, las iniciativas, más o menos espontáneas, que beben del decrecimiento, van a más.