—Nació en Zaragoza y hace 26 años que vive en Colombia. ¿Qué le impulsó a marcharse?

—Yo soy matemática. Antes daba clases en un colegio. Me interesé por un proyecto solidario y primero fui como voluntaria a una escuela de allí, durante dos años. Luego llegó la violencia y no fui capaz de irme, hice muchos lazos y no podía dejar así a la gente. Así que me quedé y estuve un año más en el colegio. Luego me enredé haciendo un trabajo social con las comunidades, he recorrido y caminado mucho. Pensé que iba por tres años y llevo 26.

—Desarrolla su labor en Urabá y Chocó, ¿qué actividad económica predomina en estas zonas?

—En la subregión de Urabá se trabaja sobre todo la industria bananera; una pequeña parte se produce como producto nacional pero la mayoría se exporta. Y por la parte de Chocó la economía es más de subsistencia, no hay grandes empresas ni nada que se le parezca, porque si quiera hay todavía electricidad, la mayoría de los hogares no tienen luz en todo el día. Solo hay una planta que da energía de seis de la tarde a nueve de la noche.

—¿Cómo vivió la guerrilla de las FARC?

—Cuando no hay enfrentamientos, uno se acostumbra a vivir. Yo siempre he estado en zona en la que ha estado la guerrilla, y uno se acostumbra. Es una ley, como otra cualquiera. Si hay una ley clara, no hay demasiado problema. El problema viene cuando hay una disputa, en la que normalmente está la población civil en medio, porque es más fácil atacarlos a ellos que a alguien armado. En Urabá se ha vivido muy intensamente la expropiación de tierras. Y ahí ahora hay un conflicto muy grande con las personas que están reclamando su derecho a recuperarlas. El año pasado asesinaron a una persona defensora de los Derechos Humanos cada dos días; en lo que llevamos de año es una al día.

—Defender la vida les cuesta la suya.

—Yo creo que hay tres motivos para matar a líderes sociales: uno, porque están reclamando el retorno de tierras; dos, porque están reclamando la no explotación de recursos naturales; y, por último, porque allí hay gente que tiene mucho miedo a que la gente se meta en política, porque ahora es de unos pocos. Hay que mirar quién se beneficia de esas muertes, y los que se benefician son los que contratan sicarios para que hagan el trabajo sucio.

—¿Cómo ha afectado la desmovilización de las FARC?

—No ha afectado de forma positiva. Los integrantes de las FARC, los reinsertados, si han cumplido sus objetivos, pero el Estado no. Y no ha cumplido uno muy claro, que es ocupar esos territorios que la guerrilla dejó. Al no ser ocupados a nivel civil -con carreteras, con escuelas, con centros de salud- ni a nivel militar, han sido ocupados por otra guerrilla, que era pequeña y ahora se está haciendo un poco más grande: el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que conocemos como paramilitares. Por eso hay muchas comunidades, sobre todo en Chocó, en medio de un fuego cruzado por la disputa territorial. Todo eso con un sustrato de cultivo de coca y el narcotráfico.

—Entonces, tras el Acuerdo de Paz se ha agudizado la violencia.

—Ahora es distinto porque cuando uno está con un actor armado se sabe manejar, aprendes, sabes lo que está bien y lo que está mal… pero cuando estás en territorio en disputa, como sucede ahora, es mucho más complicado porque todos quieren incidir en los campesinos. Además, se dan cosas tan graves como las minas antipersona, lo que hace que muchas veces la gente se tenga que quedar confinada en sus casas, sin poder ir a trabajar por miedo a que les exploten. También se está dando mucho el reclutamiento entre jóvenes. La falta de oportunidades, unido a una educación deficiente -más en Chocó- hace que a los más jóvenes se les convenza relativamente pronto con la promesa del dinero.

—Actualmente está llevando a cabo un proyecto de cultivo ecológico de la semilla sacha hinchi para que las familias obtengan ingresos. ¿En qué consiste?

—El proyecto, subvencionado por la Diputación General de Aragón y gestionado por la Asociación de Solidaridad Aragonesa, promociona el cultivo de esta semilla, que se eligió porque tiene una serie de ventajas. Los agricultores, a los que normalmente se les deja cultivar tranquilos, tienen su vida resuelta para la subsistencia alimenticia, pero no tienen ingresos para comprar otras cosas básicas como ropa o productos de higiene. Con el proyecto se pretende que la producción extraída de la sacha hinchi les sirva como recurso económico para comprar esas cosas de primerísima necesidad. Se les da asesoría técnica y se les enseña también la producción de abonos orgánicos, porque toda la producción debe ser limpia.

—¿Qué tiene de bueno esa semilla?

—Las semillas de sacha hinchi están compuestas en un 50% de aceites saludables y en un 25% de proteínas. De ese 50%, el 85% es rico en Omegas 3, 6 y 9. Estamos estudiando ahora un subproducto, además del aceite, que se pueda comer tostado para que las familias no tengan que venderlo todo y puedan utilizarlo también para comer. Otra ventaja que tiene esta planta es que a los ocho meses está dando frutos y puede durar entre 10 y 15 años. Se adapta muy bien al clima y a la altura.

—La DGA aprobó la propuesta en el 2018 y al año siguiente la pusieron en marcha. ¿Ya han obtenido producción? ¿En qué situación esta ahora el proyecto?

—Sí. Comenzamos el año pasado con pequeños cultivos. Les propusimos a las familias empezar con un cuarto de hectárea por dos motivos: primero, para que no dejaran de hacer lo que siempre han hecho que es lo que les da seguridad; y segundo, cómo es un cultivo nuevo, hay que aprender y se cometen menos errores en un terreno pequeño. Estamos trabajando ahora con 200 familias de comunidades indígenas, afrodescendientes y mestizas. Se están haciendo unas parcelas demostrativas en colegios agropecuarios para que los jóvenes vayan aprendiendo. Aún es pronto pero yo creo que veremos resultados dentro de muy poco.

—¿Qué papel tiene la mujer?

—El 25% de los productores son mujeres, un porcentaje importante dado que la agricultura allí ha sido tradicionalmente de hombres. Creemos que es un cultivo muy adaptado, ya que como máximo alcanza dos metros, para que la mujer salga de la casa y comience a trabajar en el sector.