La ONU ha hecho público este mismo mes el dato estimado de personas que padecen hambre. Por tercer año consecutivo, la cifra aumenta y alcanza ya los 821 millones de personas, uno de cada nueve habitantes del planeta. Y la violencia está jugando un papel determinante en este aumento, en un mundo en el que crecen y se intensifican los conflictos.

En el 2017, las guerras fueron el principal impulsor de la inseguridad alimentaria en 18 países. Solo en Sudán del Sur, Somalia, Yemen y Nigeria, 20 millones de personas se vieron al borde de la hambruna. No hay precedentes en la historia reciente de una crisis de esta dimensión.

Ante esta realidad, el pasado mes de mayo, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobaba la resolución 2417, por la que se reconocían formalmente los vínculos entre guerra y hambre. Manuel Sánchez-Montero, director de incidencia y relaciones internacionales de Acción contra el Hambre, asegura que en su oenegé recibieron «este paso como algo muy positivo pues llevamos tiempo trabajando para que se reconozca ese vínculo en sus tres dimensiones: su uso como arma de guerra y la evidencia de que es una de sus peores consecuencias, pero también el hecho de que la inseguridad alimentaria y nutricional están en el origen de la mayoría de los conflictos», el 77%, según el Programa Mundial de Alimentos.

Pero la resolución aprobada en mayo necesita un desarrollo y aplicación efectivas. Por este motivo, Acción contra el Hambre participó ayer en la reunión de alto nivel Acción para el mantenimiento de la paz como parte de la agenda del encuentro anual de la Asamblea General de Naciones Unidas, que se celebra durante esta semana en Nueva York.

«El camino abierto por la resolución debe incluir un sistema de alerta temprana sobre el uso del hambre como arma y una reacción para impedirlo. El hambre debe ser una línea roja para la comunidad internacional en el manejo de las hostilidades. Ese es el mensaje que Acción contra el Hambre lanza en este foro político que puede tomar las decisiones que lleven a romper el círculo», continúa Sánchez-Montero.

Según esta organización humanitaria, lo primero es identificar y responder a las prácticas que usan el hambre como arma de guerra. Asimismo, llama a la comunidad internacional a priorizar el acceso a una alimentación adecuada y los medios de vida necesarios para ello en sus inversiones. En diferentes conflictos «estamos viendo que una falta sostenida de apoyo a los pequeños agricultores ha contribuido al deterioro de la economía y condiciones de vida rurales que están entre los factores determinantes de algunas de las crisis», argumenta Sánchez-Montero.

La organización pide que la respuesta militar en conflicto y en la lucha contra el terrorismo internacional no interfieran la seguridad alimentaria de las poblaciones. Medidas como la restricción de movimientos o los bloqueos bloquean seriamente la producción de alimentos y el acceso a los mercados.

«Dificultan además la prestación de la ayuda humanitaria, por lo que pedimos al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y a los Estados miembros que faciliten su despliegue a través de presiones diplomáticas y que se considere el uso de sanciones a los estados que de forma consciente impidan su prestación», añade Sánchez-Montero.