La Agenda 2030 se reivindica como un potente programa político alternativo al capitalismo sin matices, enraizado en la tradición más reformista del pensamiento progresista, aportando una dosis de realismo y crítica a la gobernanza global, sin caer en la retórica de la impugnación absoluta de los antídotos y su erótica de la revolución permanente.

La Agenda 2030 opera en el doble plano donde se dirime nuestra vida y la del planeta, y es en este contexto en el que se debe enmarcar la nueva generación de políticas de cooperación al desarrollo.

Si aceptamos que el mundo es un enorme dominó interrelacionado, hemos de asumir la responsabilidad de los países ricos con el mundo pobre, por humanismo, como deuda histórica y por interés.

Conjuguemos una transición justa a la economía del conocimiento en nuestros pueblos y ciudades, combinada con un compromiso ético con nuestro planeta, empezando por las personas que lo habitan.

Hagamos de la cooperación al desarrollo y de la Agenda 2030 un tema de estado y objeto de un gran pacto.