En la puerta pone "Reservado exclusivamente para socio". Y al lado, no muy grande: Sociedad gastronómica El Cierzo. Y en el interior un espacio para compartir las ganas de comer y de celebrar. Sus socios cumplirán la semana que viene cuarenta años entre almuerzos, comidas, meriendas y cenas preparadas por mano masculina, un modelo llegó desde San Sebastián gracias a los viajantes de zapatos.

La sociedad gastronómica del barrio de La Magdalena fue una de las primeras de este tipo de la ciudad, que en la actualidad cuenta con medio centenar. Aunque van de capa caída. La edad de sus miembros y el auge de otro tipo de gastronomía hacen que estas reuniones de guisos contundentes y jotas de sobremesa hayan pasado de moda. En el menú de ayer: pimientos con nata, pastel de pescado y paletilla de cordero al horno.

Sus primeros socios se agruparon en este local de la calle San Lorenzo para ahorrar en bares y tascas. La comida la compraban entre todos en el mercado de San Lorenzo, según recuerda su actual presidente Carlos Vicente. «Nosotros intentamos seguir la tradición, aunque sin tener miedo a las adaptaciones», asegura. El paso del tiempo ha cambiado el perfil de los grupos, ahora compuestos principalmente por matrimonios asentados. Los jueves suele ser el día grande del local y casi todos los socios acuden a algunas de las comidas que se entremezclan entre vinos y patxaranes. El resto del tiempo van reservando las mesas para invitar a amigos o compañeros.

Las sociedades gastronómicas son tremendamente populares a orillas del Cantábrico. Y en la Zaragoza de los años ochenta se convirtieron en reductos de esparcimiento gracias a la popularización de un nuevo tipo de gastronomía y al resurgir de una ciudad en la que eran necesarios espacios para las libertades.

Los fundadores de la sociedad gastronómica El Cierzo tomaron sus estatutos de la peña Anastasio de San Sebastián, con los que alguna intensa comida de hermandad han celebrado, como atestiguan las fotos que pueblan las paredes. Al comienzo, y como aún pasa en algunas, estaba restringida la entrada a las mujeres. Solo desde hace 17 años pueden entrar en el local y todavía con la condición de que ellas ni cocinan, ni recogen la mesa, ni nada. «Tuvimos que cambiar los estatutos porque al principio solo podían entrar las mujeres el día de San Valero y el día del Pilar, pero nos dimos cuentas de que lo inevitable no admite chorradas», señala el presidente.

COCINERO NAVARRO

El cocinero de la jornada es Andrés Pecos. Navarro de origen, lleva siete años en Zaragoza. «Las cosas aquí son diferentes ya que me he encontrado algunas sociedades en las que piden la comida a un restaurante», explica escandalizado. Eso en Burlada, su pueblo, sería considerado anatema y motivo de excomunión como poco. Por el momento los socios de El Cierzo cumplen a rajatabla lo de ensuciar ollas, sartenes y horno en el local. «No nos liamos con esferificaciones, lo que más triunfa es lo tradicional y casero», indica. Sus especialidades: el cordero al chilindrón o al ajoarriero.

Llama la atención un cartel junto a la puerta. Queda prohibido cantar en el local de la sociedad desde las 23.00 horas en adelante. Alguna amenaza de multa les ha caído. Ya se sabe que las cenas que se alargan tienden a la algarabía. Una guitarra colgada junto a un vetusto reloj de péndulo lo atestigua. El grupo que ayer se juntó a comer tiene experiencia es eso de las canciones. Todos ellos se conocieron en la coral de La Salle y tienen repertorio de sobra.

Las mujeres de la sociedad asumen resignadas la paradoja a la que estas comidas las enfrenta. Sus maridos en casa colaboran lo justo, pero aquí ponen la mesa y cortan las barras de pan de la panadería del barrio con gusto. «El mío ya no hace nada en toda la semana», bromea Conchita Bascarán. En este sentido solo tiene suerte la esposa del cocinero.

NI POLÍTICA NI RELIGIÓN

La política y la religión no están bien vistas en el local. Y no porque los socios sean unos anarquistas redomados. Los estatutos señalan que son temas de conversación a evitar para garantizar la buena convivencia. Así que lo habitual es hablar de comida, de lo que más disfrutan los socios. El fútbol, que también provoca discusiones enconadas, solo puede ser servido con moderación.

El acceso a la sociedad gastronómica tiene algo de secreto. Una suerte de masonería de la gula. Para convertirse en uno de los cuarenta socios tienes que llegar recomendado por al menos dos integrantes de la agrupación. Y el precio a pagar no es asequible, pues a la aportación inicial a fondo perdido es necesario sumar la cuota mensual para pagar cámaras frigoríficas, calefacción, alquiler del local o limpieza. Razones que han provocado que la media de edad de los comensales sea elevada y que la tradición corra peligro. Por el momento lo importante es seguir levantando las copas