La brusca caída del precio del petróleo, que ha roto todas las previsiones, ha tenido como consecuencia más apreciable una reducción del coste de los combustibles. Lo nota el usuario a la hora de llenar el depósito de gasolina, y lo nota la economía en general al reducirse la formación de precios y abaratar la factura de la importación, lo que mejora las previsiones de crecimiento. Hasta ahí los elementos más comprensibles de un descenso del 40% del precio en origen --de los de 115 dólares el barril de Brent a los 67 de la semana pasada--, pero el asunto tiene repercusiones geopolíticas que dibujarán un mapa de alianzas e intereses algo distinto al que conocemos. Y en ese nuevo panorama, como siempre, hay ganadores y perdedores.

La clave de la nueva ecuación es que existe un exceso de oferta de crudo consecuencia básicamente de dos factores: una desaceleración del crecimiento mundial, no solo por la anemia europea sino también por el frenazo de países emergentes y de China, y un segundo elemento como es la llegada al mercado, a precio competitivo, de los crudos extraídos con las técnicas del fracking en especial en EEUU, que hacen que este país sea prácticamente independiente del suministro de la sensible área de Oriente Próximo. Añadamos que las reservas de energías fósiles van más allá de lo previsto y que durante décadas aún serán el elemento de referencia, por delante de las energías renovables.

CONSECUENCIAS

En la reunión de la OPEP --el cártel que reúne a parte de los países productores-- celebrada en noviembre, Arabia Saudí, su principal socio, rechazó reducir la producción para hacer que subiera el precio del barril. Con la medida hay unos cuantos estados que van a sufrir de inmediato las consecuencias. Rusia, Venezuela, Irán --países que no están en la lista de los amigos del orden-- por tener economías muy dependientes de esos ingresos, mientras que otros --los propios saudís y los demás países del Golfo-- tienen mayor capacidad de aguante. También EEUU verá castigada su producción por fracking porque su coste no sería competitivo con los bajos precios actuales. En definitiva estamos ante una partida de ajedrez a escala mundial de desarrollo incierto que tiene ahora repercusiones positivas para estimular el crecimiento de la economía europea, pero atentos, porque no es oro todo lo que reluce.