El debate nacional sobre las notas de nuestros políticos, sus trabajos y tesis, calificaciones, titulaciones y másteres ha ensombrecido el fuerte sol de Arabia Saudí y sus no menos poderosos petrodólares. La decisión de Pedro Sánchez de mantener la venta de explosivos españoles a aquel país para no perder el encargo de una flota de corbetas, también artefactos de guerra, asimismo diseñados para segar vidas humanas, me ha hecho recordar aquella otra antigua rectificación de Felipe González: «Otan, de entrada no». Entramos, sí, en la alianza militar con los jóvenes socialistas y ahora, con otros jóvenes del PSOE y de Podemos seguimos y acaso seguiremos vendiendo bombas a los jeques del burka.

¿Cambió Felipe, han cambiado Sánchez y Pablo Iglesias, han traicionado sus principios en aras de puestos de trabajo y de nuestra economía? ¿Qué debe primar en estos litigios, el interés o la ideología, la coherencia o el capital?

Los trabajadores de Navantia, en la Bahía de Cádiz, no tuvieron ningún escrúpulo ideológico a la hora de salir en tromba exigiendo el cumplimiento de los contratos con los saudíes, incluida la venta de bombas. Uno de sus líderes llegó a decir que a la ministra (Margarita Robles) había que cortarle la cabeza. Ante semejante guillotina, el alcalde gaditano, José María González, apostó por no enfadar a su electorado gaditano ni a los saudíes. A la ministra la dejaron al pie de los caballos y el sol volvió a brillar en la Bahía de Cádiz y más aún en Arabia Saudí.

¿A quién más vende armas España? ¿A qué otros regímenes o dictaduras? No parece, a tenor del silencio que ya reina en la Bahía de Cádiz, que la izquierda española vaya a denunciar, vetar, prohibir tales transacciones, tan a menudo moneda, metralla de cambio para otros acuerdos. Ni Podemos ni el PSOE de Sánchez parecen oponerse en serio a la vecina base norteamericana de Rota, un verdadero arsenal, como para hacer temblar los acuerdos bélicos con Estados Unidos; y tampoco se han conjurado para detener el tránsito de submarinos nucleares por aguas de Gibraltar.

La realidad, ya estamos viendo, impone su ley sobre la utopía. Por eso los políticos prefieren hablar de sus notas.