En estas pasadas navideñas, el derroche y el consumo ha llegado a índices de sonrojo, a una le dan ganas de desposeerse de lo que puede ser prescindible y de empezar una austeridad de cartuja, porque no se puede entender que, los que somos unos privilegiados, montemos en nuestras casas jugueterías y tiendas de ultramarinos para saciar nuestra demanda de consumo. No es razonable ni ético. En esas fechas la solidaridad popular es otra de las acciones que se pone en marcha, no hay Navidades sin fraternidad circunstancial, por eso me sofocan las posturas solidarias limosneras que pretenden callar nuestras conciencias y que se utilizan con una visión torticera o para hacer campañas sociales con un trasfondo político. Si no cómo se entiende que el Ayuntamiento de Zaragoza done a Cuba 6 autobuses que han sido desechados por viejos y por los incendios que soportaban. Aunque se les haya hecho un apaño mecánico, no es materia recomendable para ser regalado, me parece una chapuza, hasta una humillación para el pueblo cubano. El periodista Fernando García del Río calificaba a Cuba, en uno de sus libros, como «La isla de los ingenios»; claro que sabemos que los cubanos son capaces de sobrevivir con muy poco, su necesidad activa su creatividad, pero eso no es óbice para que menospreciemos su dignidad con propuestas como la del consejero municipal Alberto Cubero, que además dice de manera irónica, que «son buenos autobuses y que pueden dar vida hasta 60 años» (sic), apelando al mantenimiento de sus enseres que practican los cubanos. Esta mezquindad camuflada de solidaridad es tan indigna para Cuba como para el Ayuntamiento de Zaragoza. Subirse al carro de las ayudas internacionales requiere mayor responsabilidad.