La política debe recuperar mucho del espacio que ha perdido en las últimas décadas en España. Su descrédito no es cosa de ahora, desde luego. Pero mucho han tenido que ver con él la corrupción de una clase dirigente a menudo poco ejemplar, la desconfianza popular en las instituciones por fallos evidentes en los sistema de control y la sustitución del buen gobierno por la omnipresente eficiencia económica, erigida en el método exclusivo para resolver todos los problemas del país.

Las programas políticos de progresistas y conservadores se asemejan hoy mucho. Y todos coinciden en que sólo hay una forma de arreglar todos los problemas --la que propugna cada partido-- y en que las respuestas se dan siempre desde el púlpito universal de la economía. Ha dejado de interesar el diálogo político, el ejercicio de conciliar posturas encontradas. Ya no importa tanto la necesidad, bondad o adecuación general de una propuesta determinada como su viabilidad financiera.

Uno de los aspectos más esperanzadores del reciente cambio de gobierno en España es, precisamente, el deseo de recuperar espacios para el debate, el acuerdo y la pluralidad. En el parlamento y fuera de él, el objetivo expreso sería recuperar las instituciones democráticas para el recto y eficaz gobierno de la nación. Es un intento noble, muy necesario y no completamente tardío. Lástima que lo degraden actitudes populistas o pronunciamientos banales. En política, nunca se puede desertar de la inteligencia.

*Periodista