Las movilizaciones en defensa de una pensión digna han puesto de manifiesto la fuerza de una importante masa de votantes, la de los mayores, unidos en torno a un problema común. Sin duda, la edad avanzada constituye un factor aglutinador que se alza sobre la diversidad cultural e ideológica, pues son muchas las pesadumbres y temores compartidos, tanto más relevantes según evoluciona la ancianidad. Más temprano que tarde, los mayores necesitan un báculo en el que apoyarse; en constate lucha contra la soledad y la enfermedad, sus necesidades en materia de salud y de afecto terminan por dominar por completo su existencia, integrando un colectivo que se distingue claramente del resto de la sociedad. Así lo han entendido en Salamanca, sede de la más antigua universidad de nuestro país, donde se han instaurado una serie de medidas orientadas a facilitar la vida de los mayores: ayudas domiciliarias para quienes se resisten a abandonar su hogar de toda la vida, un eficiente voluntariado de compañía, prestaciones de desplazamiento, tanto relativos a necesidades imperiosas, como para asistencia a centros de ocio y entretenimiento; obviamente, tampoco se excluyen otros servicios auxiliares, como el acondicionamiento de viviendas y la asistencia a personas con movilidad o facultades sensoriales reducidas. ¿Emularemos la iniciativa del consistorio salmantino? De tanto en tanto, los medios de comunicación recogen la triste noticia de algún anciano hallado muerto en su domicilio tras varios días sin que nadie tomara en cuenta su desaparición. Sin duda, todos desearíamos llegar a viejos y a todos nos gustaría contar entonces con una mano amiga en un entorno amable y generoso. Un amplio sector de la sociedad, en continuo crecimiento demográfico, así lo demanda. H *Escritora