Si viajas desde el aeropuerto de Barcelona, date por jodido. Por si acaso, hay que presentarse allí cuatro o cinco horas antes de la salida del correspondiente vuelo y pegarse un par de ellas en las colas del control de seguridad. Así, los pasajeros llegan hechos puré al asiento de su avión, estrecho, duro e incómodo a su vez (porque las líneas aéreas han decidido empaquetar a la clientela al estilo de los barcos negreros). Entran ganas de quedarse en casa y que vuelen los masocas... o los ricos en sus jets privados.

Lo curioso es que la huelga (encubierta o descarada) de los agentes que trabajan para Eulen, concesionaria privada de la seguridad en El Prat, se ha convertido en munición para el habitual intercambio de demagogias entre el Gobierno central y la Generalitat independentista. El primero, que es el único responsable directo de los aeropuertos, se ha quitado el muerto de encima... lamentando que los soberanistas utilicen el conflicto para decir que, cuando ellos manden en una Cataluña liberada, esas cosas no pasarán. Hay que tener morro y relajo, los unos y los otros. El rifirrafe patriótico, como suele ser habitual en este desquiciado país de países, viene de perlas para que no se hable del verdadero fondo de la cuestión: las problemáticas externalizaciones que lleva a cabo el sector público, adjudicando la gestión de actividades esenciales a empresas privadas. No es la primera vez ni mucho menos (¡que se lo digan a los vecinos de Zaragoza!) que tales externalizaciones desembocan en conflictos laborales cuyas repercusiones se vuelven como un boomerang contra las administraciones y los usuarios de los servicios contratados. Ahí nos duele.

¿Por qué no se habla de esto? ¿Por qué no se pone en cuestión la forma en que se producen las dichosas externalizaciones? ¿Por qué no hay manera de replantear la relación entre el sector público y el privado (relación que quien suscribe jamás rechazaría), evitando de una vez las adjudicaciones trucadas, la corrupción y situaciones como esta que se da ahora en El Prat?