La primavera está en el campo y en la calle. La veo en los cerezos cuando voy al huerto y en las terrazas frecuentadas cuando bajo a la calle. Ignoro si vendrá para mí el año que viene. Sin ir más lejos Carme Chacón, que buena falta nos hace en esta España de nuestros pecados, nos acaba de dejar. De ella se hablaba también -y por cierto muy bien- en un periódico en el que he leído en letras grandes -tomando la misma cerveza- otra mezquina noticia: «El sector turístico aragonés piensa que esta será la mejor Semana Santa de los últimos años».

Lo del Eccehomo de Borja no es nada comparado con los tambores de Calanda y otros recursos del mismo género que están a la vista y vuelven año tras años como un fenómeno de la naturaleza que cumple en las mismas fechas.

Nada tiene de extraño si los clérigos de la nueva observancia -los laicistas- pasan de las procesiones y se paran a reclamar a los curas la propiedad de los templos. Aunque esto no implique, por supuesto, negar a la Iglesia el usufructo litúrgico de las mismos. Siendo así que no se oponen, como es notorio, al uso de la calle en las procesiones habida cuenta del valor añadido que reportan a la sociedad. Ya sea este un «bien cultural» como se dice o de interés económico como se piensa, los laicistas -que no son tontos- fomentan la afición que suena e ignoran la devoción que calla o va por dentro si es que existe. Que el hábito no hace al monje , ni es cristiano Nicanor con su tambor aunque lo toque en la procesión. Confundir la devoción con la afición es igual que confundir el culo con las témporas.

La fe cristiana es confesión con otros y ante los otros en el mundo y, por tanto, pública en tal sentido. Es social y personal, y a la inversa. No se cree para dejar de pensar, que eso es fanatismo: fe en la fe, pero no en Dios y en consecuencia una fe ciega. Ni para dejar de hablar si es responsable como pretende. Esa responsabilidad se funda en la respuesta de los creyentes a quien es - así lo creen- enteramente Otro de todos nosotros. Y es por eso han de «estar siempre dispuestos a dar razón de su esperanza» (1 Pe. 3,15). Opino que una fe razonable tiene algo que decir y bastante que escuchar. ¿Por qué no hablamos? El que no recemos juntos o en absoluto, no es una buena excusa para no hacerlo.

En el año 1905 publicó Max Weber un libro del que tengo un ejemplar en traducción castellana realizada por el zaragozano Luis Legaz Lacambra y publicada en Barcelona en 1969 con el título de La ética protestante y el espíritu del capitalismo. La tesis mantenida por el autor es que la forma de vida protestante en versión puritana especialmente actúo como espíritu del capitalismo. El dogma calvinista de la doble predestinación y el también luterano y protestante en general de la sola fe, llevó a la búsqueda de indicios para cerciorarse de la salvación y de la propia fe. Cuando lo más importante para los fieles era el negocio del alma, se creyó que esos indicios podían ser en el mundo éxitos profesionales. Entendida la profesión como respuesta a una vocación divina y los éxitos como gracia de Dios que bendice a sus elegidos. Muerto Dios o la fe con la secularización -que es lo mismo para el caso- les quedó como residuo la moral o costumbre, la disciplina y el trabajo profesional bien hecho al servicio de la economía sin ninguna gracia.

Al provenir de otra tradición los países del sur de Europa, la herencia que nos ha dejado su ausencia sería otra mas divertida y disoluta. Es lo que piensa, entre otros, el que ha dicho que nosotros «gastamos las ayudas europeas en copas y mujeres» . No estoy de acuerdo, Sr. Dijsselbloem. Permítame que le tutee -no da para más- y te diga que eres «un machista mal educado». Y que repita lo que diría Pascal en este caso: que «el corazón tiene otras razones que. no comprendes». Y otra gracia la fe católica sin doble predestinación. Perdida la devoción queda en las procesiones la afición de tocar el bombo. Pero esa afición sin devoción ni es cierta en todos los que tocan en las procesiones -de la fe no hay estadísticas- ni incompatible con la seriedad profesional. De todos modos los aficionados que tocan el bombo sin devoción son como los profesionales que dan el callo sin vocación: unos desgraciados.

*Filósofo